La pobreza es esencial para la santidad.
Por eso deseo que vosotros me deis todo vuestro amor y os entreguéis a Mí en pobreza.
El hábito debe ser humilde y pobre.
Soy un Dios cansado de esa opulencia que hay en mis comunidades religiosas, de esa vanagloria, y de ese humo de poder que envuelve a mis sacerdotes.
Exigen a mis pobres lo que ellos no practican.
Son las almas que vomita mi corazón, porque no se entregan a Mí.
Se revisten de piel de oveja, cuando por dentro son aves rapiñas.
Son almas que no saben practicar el Evangelio, pero sí lo exigen y lo gritan.
Son almas que tienen a mis pobres en un lugar aislado y marginados.
Les gusta ser atendidos, pero no atender.
Les gusta exigir caridad, cuando ellos no la tienen.
Les gusta decir: ‘desapéguense de todo por amor de Dios’, cuando ellos ni siquiera dan a Dios ni una partícula de lo que poseen.
Yo soy el mendigo que toco a vuestras puertas…
Yo soy el enfermo que estoy en un hospital, que estoy pidiendo limosna para calmar mi dolor…
Yo soy aquel preso que necesita de un abrigo para cobijarse…
Y sin embargo escucha la voz de ellos que dicen: ‘No podemos’. ‘No queremos’. ‘No aceptamos’.
Yo vine a traer e implantar el reino de la pobreza que ellos tanto desprecian.
Mis sacerdotes hacen de mi Evangelio una farándula: no lo practican.
Con esto no quiero decir que todos sean así; pero sí te digo que el noventa y nueve por ciento son almas infieles, desagradecidas con su Dios.
Por eso el castigo no se ha hecho esperar; y ese comunismo ateo los está torturando y humillando.
Por eso Dios ha permitido, para castigo interior de ellos mismos, que el comunismo se filtre en todos los países, porque no hay oración, porque no hay gratitud, ni manifestación de amor para Mí.
No hay desprecio de sí mismos.
No hay auténtica fe en ellos.
Todo su ministerio lo hacen con una superficialidad que me ofende.
Todo lo hacen por un deber, no por amor.
Cuántos has visto que, al ponerme de manifiesto ante los fieles, ni siquiera tienen un momento de dedicación a Mí, y salen presurosos hacia el mundo, cuando pueden quedarse conmigo, suplicándome perdón, dándome amor.
Estoy triste y humillado.
No os puedo soportar.
Por eso os pido penitencia, abnegación, desprendimiento.
Os pido profunda humildad.
Debéis ver en cada hermano mi presencia.
Yo os aumentaré, si vosotros me dais.
No os preocupéis al dar: ‘me voy a quedar sin nada’.
Yo os duplicaré.
Ellos son la destrucción de mi Iglesia.
Ellos me están crucificando a Mí.
No saben socorrer.
No saben auxiliar.
No saben darse por amor.
Todo debe ser bajo una recompensa de moneda o de aprecio.
Y Yo no vine a enseñar eso al mundo.
Yo vine a enseñar la humildad, el desapego y la entrega.
Soy un Dios injuriado.
Soy un Dios despreciado por ellos.
Pero el demonio siempre les pone en la mente: ‘es necesario este detalle y este otro en cada comunidad’.
Cuando lo que pasa es que todo eso lo tienen de sobra, mientras que muchos no tienen en qué dormir, ni qué comer. Comen lo mejor, mientras que mis pobres no tienen ni un mendrugo de pan que llevarse a la boca.
Por eso a vosotros os pido que me deis gloria, que me deis consuelo, que me deis amor.
Desprendeos de todo por Mí.
Dadme amor.
Dadme vuestra humildad.
Dadme vuestra entrega.
Vivid de suma pobreza.
¡Cuántos Franciscos desearía en este mundo!
Pero no encuentro a nadie como él.
¿Qué importa que os juzguen de locos, si al Hijo del Hombre lo juzgaron de loco, de fatuo, de torpe, de endemoniado?
Si vierais la gloria que os espera si vivís rectamente el Evangelio.
Vais a ser despreciados por muchos sacerdotes.
Se burlarán de vosotros.
Pero cuando esto suceda, pensad cuánto os voy a amar.
Me abrazaré a vosotros, porque vosotros sois mis elegidos, sois mi consuelo y alegría, sois mi bienestar.
Por eso os suplico: sostened mi Iglesia, llena de opulencia y de avaricia.
Mis sacerdotes son lujuriosos en su mayoría, faltos de caridad, faltos de humildad, faltos de sencillez.
Creen que la esencia de mi Evangelio está en el aprendizaje intelectual. Pero no es así, la esencia de mi Evangelio está en la práctica del amor, en el entregarse.
Se cansan de entregarse a Mí.
Se fatigan de predicar mi Evangelio.
Todo lo quieren por remuneración.
Nada quieren hacer de caridad.
Mi corazón está desconsolado por ellos y triste.
Vosotros consoladme.
Vosotros amadme.
Os lo pido por amor a mi Padre.
Debéis dar para tener, y no desear tener para dar después.
Dad de lo que mi Padre os da a vosotros.
Te recuerdo a Francisco, porque sé cuánto le amas y porque él fue el caudillo de la pobreza, de la sencillez, de la entrega, y de la pureza de intención.
Sus pies no tenían descanso.
Su cuerpo se enjutó por entregarse a los demás.
Su entrega era tanta que no medía tiempo para hablar a los animales, a las personas, y para hablarse a sí mismo de su Dios, interiormente.
Él entregaba lo que tenía, no por él mismo, sino pensando en Mí y amándome a Mí.
Pero recorro la faz de la tierra y no encuentro alivio ni consuelo.
Todos piensan en ellos mismos: en tener y no dar.
No todos, en forma absoluta: hay almas que son mi consuelo.
Yo quisiera que vosotros os entregarais a Mí, y os purificarais interiormente, desprendiéndoos de todo por mi amor.
No vestido lleno de opulencia.
No envanecimiento.
No desasosiego por tener.
Purificad vuestra intención.
Tengo sed de Franciscos en mi Iglesia.
Tened también en vuestra Comunidad el espíritu de Francisco, porque vosotros le amáis tanto, y Yo le amo inmensamente más que vosotros.
Los pobres son mi alegría, son mi consuelo, son mi identificación, son Yo mismo, porque Yo me hice pobre por amor, me desposeí de todo por vosotros.
Por eso os suplico que veáis en cada pobre mi presencia.
— Hay sacerdotes fatuos e ignorantes, soberbios y engreídos.
— Religiosas que piensan en sí mismas, que no piensan en Dios: el Dios limosnero de amor, el Dios que ama tanto a los pobres, y que por medio de los pobres tiene misericordia de los sacerdotes y religiosas que viven en la opulencia, que creen merecer todo y que no deberían tener nada por su avaricia y por su vida ostentosa.
— Los sacerdotes impuros, que tanto hieren mi corazón…
Esos que son como la carroña de mi Iglesia.
¡Cuánto me hieren!
¡Me vuelven a crucificar!
Que se pongan a pensar en sí mismos antes de despreciar a uno de mis pobres.
¡Mis almas oprimidas! Para ellas no hay tiempo; para ellas no hay dedicación; para ellas hay desprecio; para ellas hay intolerancia.
En cambio, cuando os pide uno de esos ricachones: ‘venid a mi casa a comer’, con cuánta solicitud lo hacéis.
Yo comí con los pobres y también con los ricos. No lo olvidéis.
Sentaos con espíritu de pobreza en la mesa del rico.
No seáis glotones ni avaros.
Tened siempre presente la suma pobreza.
No os preocupéis del mañana; preocupaos del día en que vivís.
Mirad con cariño y estimad a mis pobres.
Ayudadles y socorredles.
Ayudad y socorred a los marginados y a los enfermos.
Ellos son la alegría y el consuelo de vuestro Dios.
Si supieras, M.M., el castigo que tienen esos sacerdotes avaros espiritual y materialmente.
Si vieras cuántas almas están en el fondo de ese infierno de donde nunca se vuelve a salir.
Ellos tienen mi doctrina, tienen mi amor, tienen mi consuelo, tienen todo en su totalidad. Y sin embargo no quieren desprenderse de un mendrugo de pan. Buscan la sociedad, que es, más bien, suciedad. Buscan la opulencia. Buscan el ser notados. Buscan el ser los primeros. Y el Hijo del Hombre se sintió el último entre todos sus discípulos: era el servidor de todos ellos, era el padre, era su consuelo y era su alegría.
¿Por qué despreciáis a los pobres si vuestro Dios se sintió orgulloso de ser uno de ellos?
Confortaos en Mí y sed pobres para Mí.
Bienaventurado el pobre de corazón, porque él verá a Dios y tendrá un lugar de predilección en la gloria del Padre.
Tened vuestro corazón lleno de gozo cuando seáis pobres por amor.
No os quiero forzados.
Os quiero entregados.
27 de febrero de 1981.
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