Estaba haciendo mi trabajo cotidiano cuando el Señor se comunicó conmigo y me dijo:
“Desagravia mi Corazón.”
Señor –le dije- ¿cómo deseas ser desagraviado?- El Señor me contestó:
Haz actos de amor.
Véncete a ti misma y ofrécelo por amor.
Ora con mayor frecuencia, haciéndolo por amor y para desagraviarme por todas aquellas almas frías para mi amor.
Dame consuelo, recordando mi Pasión dolorosa.
Medita con amor y piensa si ha habido dolor y amor más grandes.
Vive en la soledad sonora. ‘Sonora’, porque ahí, en el recogimiento y oración, Yo me comunicaré a tu alma y me entregaré a ti.
Es mi deseo que tu alma sea mi oasis, donde mi corazón pueda descansar, y donde pueda Yo comunicarte mis penas y dolores; ya que mi mayor dolor es el desamor y frialdad con que el hombre ve a su Creador, y su falta de deseo de ser completamente alabanza del Padre.
Ora por mis sacerdotes, ya que su desamor es el que causa mayor dolor a mi corazón.
Pide también por mis comunidades religiosas.
Hay muchas comunidades que carecen de auténtica oración y entrega.
Muchas viven fuera del contacto del mundo, pero ellas forman su propio mundo.
Ahí mi corazón vuelve a renovar aquel pasaje evangélico de la soledad y abandono de aquella noche de jueves, en que fui encarcelado y entregado a la mofa de aquella soldadesca ebria que sólo se complacía en herirme y humillarme.
¿Es difícil comprender esta comparación? –No, Señor. Comprendo tu sufrir.
Es que, hija, hacen lo mismo que los escribas y fariseos. Siendo consagrados al Eterno y esperando la venida del Mesías prometido, ellos me cedieron a mis enemigos. Así mis almas consagradas: para los del mundo Yo soy su dueño, pero la realidad es diferente.
Buscan su propia comodidad.
Se buscan a sí mismas.
Son almas disipadas que proyectan su deseo y pensamiento a las cosas del mundo y ni siquiera toman en cuanta mi amor y mis súplicas.
Mis sacerdotes buscan el placer.
Se contentan con cumplir raquíticamente sus deberes, sin desear hacer más cada día por mi amor.
La avaricia ha destruido el espíritu de pobreza que en mi propia vida les infundí y que dejé en mi Evangelio.
Son almas conformistas que no se deciden a ser sencillas, humildes y desposeídas de las riquezas del mundo.
Son almas posesivas.
Son pocos los que viven mis Consejos Evangélicos y cumplen mi voluntad.
Pide, hija, por mis almas consagradas: que su desamor y falta de entrega es lo que causa más dolor a mi corazón.
Si son contemplativos, que contemplen en soledad, alegría, entrega y verdadero amor los misterios de su Dios.
Que vivan con autenticidad verdadera la clausura, que es la preservación de la contaminación de las cosas del mundo, que no son las de Dios, y que son prefabricadas por el hombre bajo el control de ángel destructor y desasosegado por la perversión humana para su completa destrucción.
Vive, pues, alma mía, fuera de las cosas del mundo, aunque estés en el mundo.
Mira que soy olvidado por el hombre.
Ámame, ámame y consuélame.
Ve la humanidad que va al caos y a la condenación.
Destruye en ti todo lo que sea disipación, carne y mundo.
Ven a Mí.
Yo soy tu alegría y tu amor.
Hoy, viernes primero de mes, que tu corazón sea el refugio a mi dolor.
Pide por lo que pueden y quieren morir en pecado,
por lo que tienen hambre y sed de justicia,
por los cautivos,
por los que viven sin fe y en tinieblas,
por los que buscan la muerte, para así mismo vivir eternamente condenados.
Pide, hija, por la juventud, sedienta de pasiones.
Pide por mis niños que, aún en su corta edad, ya viven llenos de maldad.
Pide también por los mayores que, a pesar de tener años de vida, son menos que niños por su poco conocimiento del amor del Padre, de la gracia del Hijo y de la súplica a Dios Espíritu Santo.
Viven sin Dios y morirán sin Dios.
Pide al Padre misericordia por los pecadores.
Suplícale perseverancia por mis elegidos.
Ámame, hija mía, ámame.
Que cada viernes y cada día sea desagraviado mi ardiente corazón, porque el mundo sólo cambiará con oración y penitencia.
Vive, alma mía, en oración y recogida.
Busca a tu Dios.
Yo saciaré tu sed.
Yo soy el agua viva.
Yo soy el Dios eterno y omnipotente.
Soy paz, gozo y luz.
Yo soy el Dios que te crie.
El Dios que vine a salvarte.
Y el Dios amor y unión del Padre y del Hijo.
A mí todo tu amor y entrega.
Ámame y consuélame.
— Durante la misa, al recibir al Señor en comunión, el Señor me dijo:
Yo soy la Trinidad, que nuevamente te hablo, porque estoy en ti, te amo, pienso en ti, me recreo en ti y te busco.
Yo soy tu Dios vida.
Tu Dios protector y salvador.
Tu Dios gozo y placer de tu alma.
Anhélame y siente el gozo de tu Dios.
—Señor, yo deseo tu amor, pero soy pecadora. Perdona mis muchos pecados y líbrame del infierno temido, porque mi alma no soportaría, después de amarte y conocerte, el vivir separada de Ti.
Tú eres obrero de mi Obra y tu Obra.
Hoy es un día de felicidad para tu Dios, es un paso decisivo e importante en el fiel cumplimiento de mi deseo.
Quiero, amada mía, selecta mía, y debes ser blanca como la nieve y diáfana para que la imagen de tu Dios se grabe en todo tu ser.
Quiero comunicarte que es mi deseo que, así como organizasteis este grupo dedicado a darme honor y gloria, reúnan muchos más, para que así el Reino del Padre se extienda por la faz de la tierra.
— Diles a mis almas consagradas a Mí y comprometidas por la imposición del Escapulario Trinitario que aquellas que lo lleven con respeto y veneración, rezando tres Padrenuestros en honor y para gloria del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, no serán tocadas ni tentadas en ningún aspecto a la hora de su muerte por el enemigo de Dios y del hombre.
7 de Agosto de 1981.
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