Coloquio de Amor

Comencé a sentir un calor suave que quemaba sin dañarme, y casi de golpe sentí un deseo profundo de esconderme en lo profundo de mi ser para sentir más a mi Dios y amarlo en soledad y entregarme a Él. 
Era algo irresistible. 
Estando en ese interior, mi alma, encendida de amor, y de un profundo gozo, comencé a decirle palabras de amor: ‘Amado mío, mira mi corazón tan mezquino, deseoso de amarte y consolarte. Quiero ser toda tuya; enséñame cómo’. 
Mi alma sentía un gozo y paz interior. ‘Quiero que todo mi ser sea para ti y siempre buscarte y refugiarme en ti’. 
El Señor no se hizo esperar. Oí esa voz que arrebata al alma y la embriaga con su presencia, y me decía: 
 
“Ven, acércate a Mí”. 
Y yo le contestaba: ¿Dónde estás, Señor? –Y el Señor me contestó: 
 
“Estoy en ti”. 
Señor, aunque mis ojos no te ven, mi alma te siente –le decía yo- y deseo volar a ti. Y Él me seguía diciendo: 
 
“Ven, amada mía. 
Descansa en Mí, refúgiate y escóndete en mi corazón”. 
 
Y yo le decía: Señor, ¿cómo es eso? Enséñame cómo debo hacerlo. Y el Señor me contestaba: 
 
“Abandónate completamente en mi amor y Yo te enseñaré. Déjate amar. Ven a Mí”. 
 
Y sentía sus caricias que embelesaban todo mi ser. Así lo hice y sentía que mi alma no cabía de gozo. Parecía que todo mi ser estaba fuera de este mundo, donde el gozo y la paz eran su vivir. No sé cuánto fue el tiempo de esta unión. Los miembros de mi cuerpo parecían paralizados o congelados, pero todo era sosiego y amor, encendida en fuego que hacía arder todo mi ser. 
Después, toda la tarde, me sentía encendida; parecía que dentro, no sé dónde, estaba quemándome de amor que me consumía. Y a cada instante mi espíritu se unía a mi Señor. Podía oír el ruido de las personas que estaban a mi alrededor sin llegar a perturbarme. 
Dios era todo mi sentir. Me parecía que mi alma, aunque indigna, acariciaba al Dios infinitamente bueno y misericordioso y que el contacto de mi alma con su Dios la engrandeciera y la llenara de paz y deseo de más amor. 
El ser de aquel Dios misterioso era tan revelado ante mi miseria… Mis manos parecían extenderse. Los dos abrazados nos amábamos. Sus caricias y besos mi alma con amor reverente los aceptaba. Él se daba a mí a pesar de mis pecados, y yo, viendo mi maldad, me abandoné a su amor. 
Todo parecía un éxtasis de locura de amor. Nos identificamos el Dios poderoso con la creatura mortal. A las palabras dadas por el mismo Señor que me decía: “Déjate amar, porque Yo muero de amor por ti”, mi alma le amaba más y se entregaba. Me decía: ¿No ves que soy el cervatillo que está herido de amor por ti? Deja que Yo te ame, y ámame”, me repetía a cada instante. Y yo, deseosa de su amor, me entregué toda a mi Dios. 
 
“Piensa, alma mía, con agradecimiento –me decía mi Dios- pues Yo soy un Dios tierno y delicado que te ama desde la eternidad.  
Alma mía, eleva tu canto hacia la eternidad. 
Que ese canto sonoro sea alabanza de agradecimiento al Dios que se entrega a ti en amor. 
Ámame y entrégate. 
Vuelve tu mirar hacia Mí. He aquí que mi corazón suspira de amor por ti. 
Dichosa el alma que sosegada me busque en soledad. 
Ahí escuchará mi canto especial para mi amada. 
Mi amor es como un cantar. 
Mi corazón le canta a la amada con dulces preces que la arrebatan. 
Amada mía, sé silenciosa. 
Que tu sonreír sea para Mí. 
Sonríe en tu interior para tu Dios y que tu amor vaya en aumento y sea una constante y perenne alabanza al Dios que es alegría, paz y bienestar. 
Yo soy como el cantar de una amanecer. 
Y soy el sol que calienta, que enciende y apaga la sed del alma con el calor de mi amor. 
Gloria y alabanza al Dios altísimo. 
 
Yo soy como un ciervillo que corre presuroso en la espesura al encuentro de mi amada y al encontrarme con ella me quedo embelesado, la amo, me entrego a ella con mi y mil caricias. 
Mi amada me requiebra con besos amorosos y los presurosos corremos a la par, unidos y veloces a refugiarnos para escondernos en mi alcoba y ahí amarnos sin reservas. 
¿No ves, amada mía, el ardiente amor que tu Dios tiene reservado para ti? 
Huyamos del ruido y penetremos, unidos de la mano, para que saborees el divino amor, y, refugiados en ese calor de amor, unirnos en perfecta unión y entrega. 
Corre hacia mi encuentro, alma mía, que Yo, tu enamorado, cuánto lo deseo. 
Mira que mis amorosos brazos están extendiéndose hacia ti. 
Ven, amada. Enciéndete en amor y apaga esa sed mía de tu amor con frases amorosas al amor de tu Dios. 
No mires hacia atrás. Sigue adelante. 
Mira que Yo vengo hacia ti. 
Sal a mi encuentro, amado mío, y únete a Mí en perfecta comunión. 
 
Yo le pregunté al Señor cómo era que Él, siendo Dios, me hablara así. Y el Señor me dijo: 
 
“¿No sabes que Yo soy el ser supremo, infinito en sabiduría y de gran poder y majestad? 
Yo soy un Dios amante, humano, lleno de piedad. 
Por eso es que, pensando en ti, sé cómo eres, cómo es tu deseo, tu sentir y el deseo que tienes de Mí. 
Si Yo usara palabras sublimes, sería poco tu entender. 
Y es tan grande e inmenso mi amor hacia ti que mi deseo es hacerte entender la locura de mi amor con palabras humanas, que son para ti, de un Dios humillado y despreciado, sediento del amor del hombre. 
 
Corre, pues, hacia Mí, gacela mía. 
Enamórate de Mí. 
Perfuma mi aposento destinado a ti. 
 
Yo soy un Dios eterno e inmaculado que te desea y busca con afán, y cruza montes y los mares buscando, como ave solitaria, la compañía de tu amor. 
Mira allá, en lontananza, mi imagen que es para ti. 
Goza del viento que es frescura dedicada a ti. 
Mira aquellas montañas que son el silencio de tu Dios. 
Contempla la flor que te sonríe y ahí descúbreme a Mí. 
Canta con las avecillas la grandeza de tu Dios. 
Mira la tierra que tú pisas, que es vida para el hombre de donde su Dios le da para subsistir. 
Ve la claridad de este atardecer y descúbreme a Mí en cada tarde. 
Ve ese cielo lleno de serena hermosura: te lo ofrezco todo a ti. 
Ve la serenidad del árbol. ¡Cómo se mueve para darme gloria! 
Yo soy el verdor de tu alma, y tú sé la quietud en amor para tu Dios. 
Ve el caminar presuroso del hombre que afanoso se olvida de su Creador. 
Ve la inquietud del niño que en su inocencia con desasosiego se olvida poco de Mí. 
Oye el ruido del mundo que enloquece y apártate de él para que te enamores sólo de Mí. 
Ve la entrada de la verdadera gloria que se abre para ti y los que se abandonen a Mí. 
Yo soy la paz que tú respiras. 
Yo soy la inmensidad que tú contemplas. 
Yo soy la oscuridad que se avecina. 
Yo soy el correr de un niño. 
Yo soy el mirar de la faz del hombre que en gracia está unido en amor a Mí. 
Yo soy la vida de ese árbol. 
Yo soy el azul del cielo. 
Yo soy la majestad del mismo cielo. 
Yo soy un Dios de mil colores. 
Yo soy agua que da vida. 
Yo soy el pájaro que vuela. 
Yo soy el Dios que ama y contempla al hombre y busca su bien. 
Yo soy el Dios que se hace hombre para acercarme más a él. 
Yo soy ese rosal que tú observas y que con su frescura y perfume está manifestando al hombre el poder y hermosura de su Dios y le alaba dando con su fragancia gloria al que la hizo nacer y crecer. 
Yo soy como un botón bello, amante que se te entrega. 
Yo soy el perfume de los montes, el correr de un río, el amanecer del día, el plenilunio de la noche, la belleza de este atardecer. 
Yo soy la música sonora que canta para que el hombre se enamore de Mí. 
 
Yo, el Dios infinito y eterno te amo y me entrego a ti. 
Hállame en todo. 
Búscame en todos. 
Descúbreme, que soy un Dios visible para ti. 
Aquí estoy en todo: en ti, en tu exterior y tu interior. 
Sé como una avecilla herida de amor y refúgiate en Mí. 
Sé dulce y bondadosa para todos. 
Sé luz en la oscuridad. 
Sé palma que bajo tus hojas el pobre y miserable se acoja a ti. 
Sé alma de oración perseverante. 
Sé silenciosa en el ruido. 
Sé amante en el sufrir. 
Sé sonrisa fresca para Mí 
 
(Se refería a un grupo de jóvenes que se estaban drogando) 
 
Mira al hombre que, entorpecido por sus pasiones no reprimidas, se aleja de Mí y se destruye para perderse para siempre. 
Ve su ingratitud y olvido para su Dios que creó cosas bellas para su alegría y que por su maldad y egoísmo de sí mismo se destruye. 
Ve, amada mía, cuánto sufre mi amor que es despreciado y humillado. 
Ve la miseria en que el mismo hombre se hace. 
 
Ámame por los que no me aman. 
Búscame por los que se esconden de Mí. 
Alábame por los que me maldicen. 
Y obedece al Dios que sólo el bien desea al hombre. 
 
Mira la juventud muerta por la perdición, cuando frescura y lozanía debía ser para Mí. 
Mira cómo mi enemigo entorpece todo su ser y sólo destrucción ofrece. 
Pero el hombre rechaza mi amor y la verdadera felicidad. 
 
Goza de mi amor. 
Vive para el verdadero amor. 
Y abandónate en mi amor. 
Mira que tu Dios te ofrece cosas bellas porque Yo soy la belleza. 
Yo, tu amante Dios, deseo todo tu amor. 
 
                                              .          .          . 
 
Por la noche el Señor me dijo: 
 
Él es para Mí como el plenilunio de un anochecer en una noche silenciosa. 
Mi amor es para él. 
Dile que él es mi amado y en él me recreo y tengo puesta toda mi confianza. Él me ama en el silencio de la noche. En esa noche hay más luz y paz que en un bello amanecer. 
Mi amor es de él y para él. 
 
17 de junio de 1981.

Comparte esta publicación:

Share on facebook
Share on twitter
Share on whatsapp

Copyright © Todos los Derechos Reservados.
Se puede compartir e imprimir para fines apostólicos.
El material en esta página web irá aumentando.