–Me dijo el Señor a la hora de recibirlo sacramentalmente- hoy, en el aniversario de nuestra mutua entrega, deseo hacerte un presente imperecedero, que te hará sentir mi estrecha unión:
“Recibe, esposa mía, este cíngulo de pureza que Yo, tu Dios, te ciño en la cintura, para que al sentirlo en ti, recuerdes nuestro amor y el deseo de que seas solamente mía.”
De pronto parecía como si alrededor de mi cintura tuviera un poquito de fuego, que no me lastimaba, sino todo lo contrario, me hacía sentir paz y un fuego de amor que me abrazaba.
“Ven a Mí, esposa amantísima y toma este atuendo significativo. Y deseo que tu vivir sea sólo en Mí y que tú seas alma amante de tu Dios.”
Poco después yo le agradecía a mi Dios este regalo inmerecido, pues soy tan ingrata con Él.
–Me repitió- mi Obra se extenderá y florecerá por siempre.
En seguida escuché la voz de la M. Teresa que me decía:
“Ánimo, hija mía, que las flores florecen cerca del que les da vida.
Mira, hija, que aquí estoy por gracia de Dios.
Pronto, por inspiración de Dios, tendréis un sostén.”
M. Teresa, te amo.
Concédeme –le dije- el deseo de amar a mi Dios como tú lo hiciste.
“Te concederé que en ti nunca se apague el deseo de amar al que tú deseas.”
Experimenté como si algo muy hondo se me clavara en el pecho, pero sin dañarlo.
Me oprimía de tal manera que el alma parecía agitarse violentamente, y era un amor de deseo de Dios y de entrega.
Mi alma deseaba en ese momento amarle y ser una en Dios.
15 de octubre de 1982.
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