Por eso te amo tanto… Porque eres dulce como la miel y espontánea como la salida del sol, y no quiero que cambies para tu Dios.
Eres como una niña en mis brazos, y no quiero que cambies, aunque los demás quieran que cambies, porque me complazco y sonrío de ti.
Sigue siendo así; no cambies.
Te suplico que no cambies, porque no serías la que tu Dios ama, sino la que quiere complacer a los demás y no a Mí.
Cuando hay que decir, hay que decir.
Cuando hay que callar, hay que callar.
Cuando uno esté triste, tú no tienes que sonreír, sino darle tu paz y tranquilidad.
Cuando uno esté alegre, entérate de su alegría, pero no quieras hacerte como cada uno de los que te rodean.
Sé auténtica para Mí.
No te perturbe si los demás no te aceptan.
No ofendas al hablar, pero sé auténtica y sencilla.
Transfórmate en Mí, pero interiormente no cambies para Mí.
Me gusta tanto cuando me dices: “Señor, ¿dónde estás? Estás tan alto que no te miro.” Y me río, porque estoy tan cerca de ti. Y también cuando me dices: “¿Cómo tendrás tus ojos?” “Cómo me gustaría que los tuvieras. Y me los pones como a ti te gustaría que los tuviera. Todo eso es sencillez, y no quiero que cambies.”
Cámbiate interiormente, pero no exteriormente.
Cambia tus modales para Mí, pero tu vocabulario para Mí no lo cambies, porque yo te entiendo y me gusta cómo me dices.
Cuando me dices: “abrázame, abrázame, porque me caigo”. Y dice: “eso es lo que necesita Dios; que le diga el alma como a ella le sale. No palabras inventadas, ni palabras leídas, ni palabras figuradas, sino tales cuales nazcan del corazón.
No quieras imitar, sino practica lo que ya eres.
Por la mañana estando muy triste por mis problemas, estando un ratito en recogimiento con mi Dios, le pregunté: “Señor, mi alma está ahora tan inactiva… siente dolor y está abatida, aunque con paz. Por este motivo quisiera preguntarte: ¿Qué sería de mí si yo me negara a hacer tu voluntad y me separara de ti? – El Señor no se hizo esperar y me contestó:
“Si eso haces, ten la seguridad que comenzarás a caminar por un falso camino, el cual termina con tu propia condenación. Y lo terrible será que Yo no te reconoceré.”
Un poco más tarde, estando en silencio y llena de tentaciones e inquietudes, el Señor me dijo:
“Cuando tú te dejas dominar por el Demonio eres implacable para despreciarme y olvidarme”.
17 de marzo de 1981.
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