El Espíritu Santo en cántico:
‘Yo soy el Dios amor. Yo soy el Dios amor. Yo soy el Dios amor.
Que purifica, que santifica, que habita siempre en ti.
Que te ama, que te busca y se recrea en ti. Aleluya.
Que los hombres me alaben, que me canten y bendigan al Señor.
Yo soy, Yo soy el Dios amor.
Ámame, búscame, que Yo habito en ti.
Yo soy el fuego que purifica.
Yo soy el aliento del Padre.
Yo soy unión del Padre e Hijo.
Ámame. Cántame, que soy paloma que habito en ti.
Yo soy el fuego. Yo soy el fuego.
Yo soy aliento. Yo soy aliento.
Yo soy unión de amor. Aleluya.
Esto fue por la tarde. Después, por la noche, después de Misa hubo una acción de gracias de una primaria y fue una cosa lamentable, ya que después de la exposición del Santísimo los alumnos subieron al altar irreverentes, retratándose, y tanto ellas como los fotógrafos parecían no darle importancia al Dios todopoderoso que ahí se encontraba. Corrían de un lugar a otro sin importarles su presencia. Fue una cosa muy triste. Yo por temor al insulto preferí quedarme quieta, aunque sentía horrible; hasta que una Srta., decidida y amante se levantó y con decisión los hizo bajar del altar. A mí me dio pena con el Señor por mi cobardía y le supliqué me perdonara; a lo cual me contestó:
Mira al hombre lo poco que me ama y lo insignificante que soy para él.
Me humilla y desprecia. No me conoce ni me ama.
Soy vejado y siempre puesto en el último lugar de su vivir.
Yo no le importo. Sus caprichos y deseos son primero.
Su egoísmo lo hace me olvide, y, por lo tanto, no me rinde el culto de adoración que Yo merezco.
La culpa la tienen los padres de estos pequeños que no les enseñan la verdad de mi amor y el respeto a mis oráculos sagrados.
Mi casa, la casa del Padre donde mora el Espíritu del Padre, debe ser casa de oración y recogimiento, donde las almas me alaben y me rindan solemne culto de adoración.
El látigo del Padre será para todos aquellos que rebajen mi casa y la conviertan en el reír de la maldad.
Enseña la importancia del respeto a Mí, el amor infinito de su Dios y la santidad que merecen mis santuarios.
29 de junio de 1981.
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