Estando en la Sta. Misa dedicada a San Juan de la Cruz, mi alma se sintió encendida de amor; parecíame iba a morir sin dejar de sentir mi bajeza y pobreza.
El Señor me regalaba su amor y me hacía presa de él. Yo me abandoné toda a Él y decíale: ‘Señor ¿por qué te has fijado en mí habiendo tantas y buenas almas?’
Él como omnipotente y misericordioso me hacía sentir su perdón y me decía:
“¿Quién se puede oponer a mi deseo de amarte’”
Eso me llenaba de ese Dios que es un Padre afectivo y compasivo.
“Sigue el camino de mi siervo Juan.
Ese camino realizará en tu alma la transformación absoluta del encuentro en verdad con el Amado.”
….. ….. …..
Unos días después de San Juan de la Cruz, acudí a una plática de un P. español basada en la oración del libro de la vida de la Sta. Madre Teresa de Jesús. Me parecía, sin llegar a sentir adulación personal, pero sí gran temor de desperdiciar tantas gracias, que ya había recorrido ese camino, ya que a medida que el sacerdote nos narraba las moradas por las cuales pasa el alma, cada morada me parecía una identificación plena con lo vivido por mi alma.
Al terminar la charla daba gracias al Señor por ese acercamiento más a Él.
El Señor, mi Dios, con generoso coloquio de amor me dijo:
“Todo lo dado a Teresa es mi deseo regalártelo.
Yo te lo repito: ¿quién me podrá apartar de la que tanto amo?”
-Señor mío, ¿qué puedo yo darte si soy la creatura más infiel a tu amor?
“No te apartes de tu Dios, ya que hay almas que desearían un momento de amor celestial como lo siente tu alma.”
-Señor, perdóname.
“Te amo, amada.”
Ante tanta ternura mi alma se inquieta por no corresponder al llamado siendo perfecta.
El Señor me dijo:
“Dame tiempo de tu tiempo que debe ser todo para Mí solamente.”
Esas palabras abren una enorme herida, ya que mis obligaciones cotidianas me arrebatan todo el tiempo.
14 de diciembre de 1982.
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