—Después de una tarde de muchas tentaciones por las cuales mi alma se sentía flaquear, llena de tristeza, ofrecía al Señor mis luchas y renové mi consagración a Él, como lo hacía en el momento de lucha. El Señor se complació de mi entrega y de que le ofreciera también mis luchas, y me dijo:
Eso es para que aproveches y saques fruto de las tentaciones y dificultades y para que comprendas que sólo Yo voy a llenar tu alma, porque mi amor llenará los vacíos que hay en ti.
Búscame y llénate de Mí.
Eres como una luz de matizados colores.
Mi amor es grande para ti.
Hay flores de un solo color; y tú eres de tantos…
Quiero complacerte y darte el amor del que te privaron los que te rodearon.
Eres mi flor silvestre a la que puedo tocar y hablar en la forma que deseo.
Para ti no tengo misterios. Soy un Dios abierto.
Eres mi flor de suave perfume.
Yo te hablo como poeta; y también como un hombre profundamente enamorado.
Canto a tu alma.
La embeleso.
La arrullo.
Le entrego mis besos.
Y me doy a ti con todo lo que soy.
Te hablo como Dios, con celo y hermosura.
Me dirijo a ti como un Dios lleno de infinita majestad.
Mis brazos pueden acariciarte y mis labios besarte.
Te doy mi amor como quiero; y tu alma cambia de color a cada instante, porque en mis requiebros de amor tú te dejas querer; y mi florecilla silvestre se matiza en fragantes colores.
Cuando te hablo suplicándote amor, eres de un rojo vivo.
Cuando te digo el desamor del hombre, tu alma se vuelve gris por el dolor.
Cuando caminamos de la mano y hablamos de nuestro amor, se vuelve de un azul celeste, llena también de luz roja y blanca.
Cuando te digo: ‘ámame’, se torna de mil colores.
Cuando me entrego a ti, se enciende en un solo y bello color.
Cuando mi corazón te suplica fidelidad, es de una rosa tenue.
Cuando vuelo hacia ti, es como si fuera de amarillo combinado con verde lleno de esperanza.
Cuando mi voz se dirige a ti como Maestro, se vuelve de un matiz hermosísimo, llena de todos los colores.
Eres una flor de suave y fresco olor.
Eres, pues, flor de mil colores, a la cual amo, como sólo Dios sabe amar.
Ámame, florecilla mía perfumada.
Mi amor es tuyo.
Deseo ser tuyo en plenitud, y que tu alma cambie para Mí, y siempre sea belleza que me ama, cautive y embelese.
Mira que estoy en el centro de tu corazón, y mi presencia y amor matizan esa alma frágil y lánguida que parecía expirar y morir.
Yo le doy vida, porque Yo soy el Dios que fortalece y vivifica.
Yo soy fuego que abrasa.
Yo soy bondad que da esperanza.
Yo soy Dios Trinidad que santifica.
Mirad si hay otro Dios que pueda ser más grande que Yo.
Yo elevo y, a la vez, divinizo al hombre porque lo crie por amor y para el Amor.
Pero el hombre torpe desprecia mis dones y aborrece mis dádivas.
Esclarece, pues, tu mente y vive llena de fe y amor.
Te amo.
Yo, el Padre que tanto piensa en ti.
Yo, el Hijo, que soy tu Dios salvador y que abogo ante mi Padre por ti.
Yo, el Dios Luz, que se descubre ante ti y matiza tu alma y la consagra al Dios Padre.
Mira, hija, que te amo, y amo a la humanidad entera.
Ámame, por aquellos que no me aman.
Búscame, por los que desoyen mi voz y la desprecian.
Enciéndete en amor al Dios luz y fuerza.
Consagra todo tu ser al único y verdadero Dios-amor, que te ama y desea tu amor.
Gloria y amor sólo a Mí.
Te amo.
27 de Agosto de 1981.
Comparte esta publicación:
Copyright © Todos los Derechos Reservados.
Se puede compartir e imprimir para fines apostólicos.
El material en esta página web irá aumentando.