¡Padre!, grande eres, pues eres misterio de misericordia.
Y eres Padre, abierto al amor.
Tu ser amor al hombre lo envuelve con un amor sin igual.
Padre, glorificado eres, ser infinito eres.
Padre, Abbá de los que te aman, perdón de los que vuelven su mirar hacia ti, Padre.
Eres misericordioso Abbá, pues eres el Dios que encierra belleza sobre toda belleza.
Eres el creador.
Eres el Dios que acoge en su ser al pecador que se arrepiente.
Eres, Padre, el que con gozo invitas al hombre a tu Reino.
¡Padre nuestro!
Padre del Hijo.
Padre del pecador.
Padre del justo.
Padre: en tu ser sólo hay amor.
Nuestro eres, porque así nos lo has dicho.
‘Nuestro’. ¡Qué bello es poderte decir: ‘nuestro’!
¡Padre nuestro! Sublime plegaria.
Con gozo te inclinas hacia el hombre que a ti acude y te dice con amor:
¡Padre, Abbá nuestro!
¡Abbá del hombre!
¡Abbá de misericordia!
¡Abbá!
¡Qué hermoso es decir con el corazón en la mano: ‘tómalo, Padre mío, y hazlo según tu voluntad’!
Y Tú, con inmensurable ternura, acoges en tu ser un corazón marchito, un corazón mezquino, un corazón impuro, un corazón pecador.
Y el hombre con sólo una caricia tuya, y al sentir en sí el contacto de tu amor, vibra de esperanza y llora de amor, deseando cambiar aquel corazón, para comenzar a morir de amor hacia ti, Padre, que eres amor y salvación.
Estás en el cielo.
Eres un gran cielo.
¡Oh Padre, oh Padre!, que dentro del ser del hombre elegiste un trono para habitar en él.
¿Qué buscabas, si todo lo encierras y Tú eres el todo de todo?
Sin embargo, tienes santuarios que Tú has elegido para ser adorado y, sobre todo, amado.
Estás en el cielo, y estás todo, siendo cielo, dentro del ser que esperas llevarte a tu cielo.
Cielo es la Omnipotencia divina.
Cielo es el Hijo del Increado.
Cielo es el Espíritu, amor de los Dos.
Santificado.
‘Santo, santo, santo eres, Dios verdad de majestad’, te cantan con gozo los bienaventurados, y los ángeles se postran ante tu deidad.
Santificado eres.
¡Oh Padre!, santifícanos en tu verdad.
Haz que nuestra alma sea alabanza ante tu verdad.
Santo, glorioso y amoroso eres Dios de verdad.
El cielo y la tierra se postran para adorarte en verdad.
¡Santificado!
Santo debe de aclamar todo ser al Dios que en unión de amor vela con amor sobre los hijos de esta tierra.
Tu nombre es santo; pues Tú eres el Santo de los santos; y ante ti es corta la palabra ‘santo’, pues eres el que eres.
Eres Dios de amor. Amor de donde proviene toda subsistencia.
Santo eres.
El Santo de los santos.
Santo en tu omnipotencia, siendo esencia increada.
Santifícanos, Padre, pues Tú eres fuente de amor y de paz.
Tu nombre resuene por doquier, y el hombre se incline ante tu nombre.
Tu Reino es vida, vida de tu vida.
¡Oh Padre inefable!, Tú eres el todo de donde proviene la vida.
Tu Reino es el portento.
Tu Reino es reino de amor y de paz.
Tu Reino es gloria sin igual.
Venga a nosotros tu Reino, ¡oh Padre!, pues eres el Rey de ese Reino.
Ven a mi alma, Rey de amor y verdad, y quita mi verdad, para que vaya a gozar de tu Reino.
Tu voluntad siempre sea mi voluntad.
Déjame, ¡oh Padre!, exclamar como un gemido de amor y decirte: ‘hágase en mí tu voluntad, para que Yo goce en el Dios que hace su voluntad en mi voluntad. Voluntad divina es tu voluntad, y en tu voluntad salvífica deseo hacer mi voluntad, para que en tu voluntad me santifique, ¡oh Dios!, dueño de mi voluntad.
Así en la tierra como en el cielo.
Siempre el hombre te dé gloria, entregándote la voluntad.
Abiertos por amor, deberemos en todo hacer tu voluntad.
Dados, Padre, el deseo de que cada día seamos alabanzas de tu gloria, y que en esta tierra cumplamos en todo instante tu santa voluntad, para que en nuestro ser hagas todo lo que Tú deseas, para que en el cielo podamos ver la esencia y la potencia de tu omnipotencia, y sea siempre nuestro cantar: ‘santo, santo Dios inmortal’.
Somos lo que Tú deseabas, y por toda una eternidad cantaremos tus grandezas ante Ti, Rey lleno de grandeza.
Danos el deseo del alimento de vida.
Haz que al alimentarnos del pan de los ángeles sea nuestra vida un acto de amor hasta la eternidad, y que unificados en amor, juntos los dos, cantemos a tu grandeza.
Haz que deseemos alimentarnos del verdadero Pan.
El que se sacie de este alimento de vida, no tendrá hambre.
El que goce en tan gran sacramento, vendrá a compartir del Dios que es vida.
Danos, ¡oh Padre!, el alimento que nuestro mortal cuerpo necesita, pero no se haga mi voluntad, sino la tuya.
Dánoslo ahora y siempre.
Gracias sean dadas a Aquel que es providencia para el hombre.
Perdona, ¡oh Padre!, nuestras iniquidades.
Danos tu amistad.
(Recordad la parábola del hijo pródigo, donde la persona del Padre es presentada en verdad. Es decir, el Hijo dio a conocer al hombre lo que es el Padre.)
Abre, Padre, hacia nosotros, pecadores, tu ser y perdona nuestras ofensas ante Ti, Divinidad suprema, y enséñanos, ¡oh Padre! a perdonar a nuestros hermanos conocedores de tu perdón, para que así no juzguemos, sino amemos a aquellos que nos ofenden.
¡Padre, Abbá!
Yo en tu ser tendré verdadera vida, con el ardiente deseo de vivir en Ti, siendo alabanza de tu gloria.
¡Abbá, Abbá!
No nos dejes, ¡oh Padre del Hijo! Y en unión perfecta de tu Santo Espíritu, caer en tentación alguna.
Haz que nuestra vida, sumergida en tu amor y perdón, tome la belleza de tu belleza, y sea mi alma llena de tu luz, y sostenida por el Dios, fuego inquebrantable, que sostiene al ser que le invoca.
No me dejes, Señor, caminar hacia atrás.
Sostenme, Padre, pues soy materia y miseria, pero Tú eres, ¡oh Dios!, el que me sostienes.
Acudo a Ti, y confío en Ti; y yo en Ti deseo ser cada día sólo para Ti.
Yo, negándome lo mío, para que en lo tuyo y por Ti sea alabanza de tu gloria.
Líbranos, Padre, de nuestros enemigos.
Me asedian y me inquietan.
Tú eres, ¡oh Padre!, mi quietud, y me acojo a tu misericordia.
Líbrame de las asechanzas de aquel que osa apartarme de tan gran Señor.
Abandonado a tu amor, deseo vivir en comunión con mi Dios, que es todo mi amor.
17 de mayo de 1983.
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