Os pido amor y desagravio por todas las ofensas hechas en el mundo en mis sagrarios. En cada uno de ellos está vivo y latente mi Corazón, esperando amor de los hombres.
¡Oh! ¡Si tú supieras y pudieras comprender el gran dolor que este Corazón siente cuando mis muy queridas almas sacerdotales ven con desgana y desamor mi Corazón, que está en cada hostia!
Yo soy un Corazón olvidado y muchas veces profanado por manos sacerdotales.
Yo, el Amado del Padre, el Ungido por el Espíritu Santo.
Yo, mil y mil veces echado al olvido, sacado de mis tabernáculos con desamor y con irreverencia.
Muchas veces mi Corazón queda ahí sin ni siquiera ser mirado, ni, mucho menos, ser amado.
Ámame, te lo suplico, por aquellos que no me aman.
Muchos sacerdotes, al celebrar, dejan pedazos de mi Corazón dispersados, para luego ser muchas veces pisado y ultrajado.
¡Ay, amada mía! Contempla este Corazón ardiente que sólo desea el bien del hombre y del cual sólo recibo desamor e ingratitud.
Mira: mi Corazón sufre por ese desamor. Consuélalo y ámalo.
Haz siempre actos de amor por todos esos sagrarios olvidados y por esa falta de correspondencia de amor de parte del hombre.
Acoge a mi Corazón y consuélalo.
Yo te lo entrego. Aprópiatelo para ti.
Yo soy el Corazón ardiente que necesito ser amado y desagraviado.
Toma este lirio perfumado, símbolo de mi amor.
Hazlo florecer dentro de ti para que, echando raíces en ti y perfumando tu ser, seas semejante a Mí.
Yo soy el amor del eterno Padre, el consuelo de su Espíritu.
Vivid en unión de amor con mi Padre.
Ese Padre, piadoso y clemente, que tanto amó a los que habitan en el mundo; que para su propia redención envió a su Unigénito, que sería despreciado y desconocido por aquellos que el Padre ha ungido para ser sacerdotes eternamente.
¡Con cuánto dolor vio el Padre el desamor, por falta de aceptación a su Unigénito!
¡Con cuánta tristeza contemplaba al Dios humanado ser humillado y clavado en aquel madero ignominioso!
¡Oh cruz, que sostuviste al Hijo del hombre, bienaventurada seas, tú que sostuviste al Dios eterno!
Consolad este Corazón de vuestro Dios que ahí, en aquel madero, se entregó a toda la humanidad, y, en cambio, del hombre sólo recibe olvido y desamor.
¡Gloria y amor al corazón del Hijo de Dios altísimo!
¡Desagravio y honor al corazón olvidado del Pastor que ama a cada uno de los suyos!
No olvidéis mi ardiente corazón.
Desagraviad por los que me odian, y amadme por los que no aceptan mi Divinidad.
¡Honor y alabanza al Dios omnipotente!
A Él todo ser debe de honrar y glorificar.
Yo soy el Dios altísimo, el Corazón del Dios hecho hombre, y la Luz increada que siempre sufre al ser rechazada y desconocida por el hombre mortal.
Que en la misa votiva dedicada a mi Corazón, hable a la humanidad de mi Divinidad y de esta arca abierta que es mi Corazón, donde el hombre encontrará consuelo en su dolor, alegría en su gozo, esperanza en su vivir, y transformación en su peregrinar.
Este Corazón es para él.
Que lo sostenga en sus manos sacerdotales, y lo ame en plenitud, y lo dé a conocer y a amar a aquellos que no me conocen, y lo dé en amor a todos los que me aman.
Yo le amo con amor eterno.
Que tome mi Corazón y siempre será amado del Padre, y reconocido por el Dios Espíritu del Dios eterno.
Soy todo para vosotros, pero nadie para aquellos que llenos de avaricia del mundo y ensoberbecidos por la vanidad, desprecian mi Corazón, mi Cuerpo y Sangre, y mi Divinidad.
¡Ay de aquel que ose despreciar al Amado del Padre!
No verá ni el poder ni la gloria del Padre.
24 de junio, 1981.
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