Después de recitar las oraciones de la noche y el santo rosario, después de llegar a la cama y reflexionando el porqué de la falta de cooperación de ciertas almas para su propia liberación, cosa extraña, el Espíritu Santo que llevo en el pecho se desengarzó y me dio muchísima tristeza, pero como todo estaba muy oscuro, lo tomé en mi mano y lo dejé bajo mi almohada.
Sentía que algo o alguien me observaba y comencé a experimentar los escalofríos de la presencia del Demonio que ya son para mí tan conocidos, pero que no dejan de hacerme sentir desasosiego y un extraño temor.
Oí en mi interior la voz del mismo Demonio que me decía: ‘aquí estoy. Yo soy tu dueño y señor’. Y ahí comenzó la lucha tan terrible que me pareció una eternidad. Y yo de inmediato me puse en plan de lucha y renové mi consagración y entrega a mi verdadero Dueño y Señor, que es mi Dios.
Eso enojó muchísimo al Demonio y hacía que su presencia me llenara de un pavor horrible que no puede describir el alma. Me quiso engañar enseñándome una cruz, pero ante ella sentí un gran desaliento y disconformidad. Como no podía hablar, con el pensamiento decía: ¡Señor mío y Dios mío!, creo en ti, espero en ti, te amo. ¡Gracias por amarme! Y desaparecía la cruz, esfumándose del todo y mi alma quedaba calmada, aunque no del todo.
Entonces me hizo experimentar una horrible soledad y abandono de Dios a lo cual yo respondía con actos de fe, de amor, repitiendo: ‘Señor, yo creo en tu poder. Te amo, pero deseo amarte cada vez más y más. –El Demonio ante mi actitud parecía tenerme tanto odio… Me hizo también experimentar que mi cuerpo se enjutaba y empequeñecía de tal manera que me hacía sentir como si fuera un monstruo. Y yo seguía mi oración: ‘Jesús mío, no me abandones. ¡Jesús y María!’ Y esto lo estuve repitiendo sin cesar. Él entonces me hacía sentir que me estiraba por la escalera y escuchaba multitud de carcajadas que hacían que mis oídos experimentaran una confusión de locura. Y yo seguía repitiendo: ‘María, madre mía, ampárame. Jesús mío, te amo. Escucha mi súplica. Y yo decía: Cristo, Tú eres el vencedor. Yo creo en ti firmemente. –Y al Demonio le decía: ‘no te acerques a mí, porque soy esposa de Cristo. No te atrevas a dañarme’. Y seguía burlándose, y yo repitiendo todo lo que arriba menciono. Escuchaba como un eco mi nombre con odio. Después me pasaban los zancudos y yo impotente para espantarlos de mi cara por la rigidez en que el Demonio puso mi cuerpo; pero con mi pensamiento alababa a mi Dios.
Fue un tormento indescriptible. Parecía que Dios me había dejado en manos de su enemigo y el mío. Pero ante su nombre y el de María, todo desaparecía. Yo decía: yo soy de Dios.
Después de mucho luchar volví en mí. Todavía yo turbada y con deseos de llorar por lo terrible de la lucha pude narrarle lo mejor que pude mi experiencia que había sufrido y cómo el poder de Dios es tan grande.
Poco a poco recobré la paz y después escuché una voz interior que me dijo: “No temas; no te volverá a dañar”. Y con eso sentí gran confianza y ánimo. Regresé a mi cama; después pude dormir perfectamente, claro sin olvidar lo sucedido. Después el Señor contestó a una pregunta que le hice: “¿Señor, dónde estabas cuando todo esto sucedía? Yo clamaba a ti y tenía confianza en tu poder y en el de María, mi Madre, pero había instantes en que me sentía abandonada de ti.” El Señor me contestó: “Estaba contigo en tu interior, luchando al mismo tiempo que tú lo hacías y complacido de tu gran valor y fe en mi poder. En ningún momento te abandoné. Pero esto que experimentaste fue una semblanza del odio que el Demonio desata para atormentar a todos aquellos que moran en aquel lugar de tormento.
Señor –le dije- ¡qué horrible será estar ahí! Si mi alma y cuerpo sufrieron tanto con esto, ¿qué es un momento comparado con toda una eternidad? Y yo creía en que Tú me salvarías y confiaba en ti. ¿Qué será, Dios mío, ahí donde toda esperanza se pierde y donde el alma queda completamente en manos del Demonio, sin tu piedad y misericordia? Si yo, que en estos momentos creía que todo pasaría y confiaba en tu amor protector, sentía no soportar más ¿qué será ahí donde el alma te odia y siente tu completo abandono? No quiero ni siquiera pensar en ningún instante en esa desgracia de perderte para siempre. Recordé que cuando pronuncié el nombre de la Santísima Trinidad pude volver en mí.
27 de junio de 1981.
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