Sabiendo la resolución tomada por ella, le hablé en nombre de Dios para calmarla y que reflexionara en su decisión. Después sacamos un mensaje del Sto. Evangelio, suplicando al Señor nos indicara el camino a seguir. El Evangelio fue cuando María Magdalena le lavó los pies. Después de esto le expliqué el deseo del Señor y de su constante súplica de que le demos nuestro amor.
Ella se calmó y volvió la paz a ella. Me agradeció y yo sentí agradecimiento a Dios por su ayuda.
El Señor me dijo: “¡Gracias por ayudar a esta alma! Que tu corazón sea siempre como de una madre que es generosa y comprensiva.”
-Señor –le dije- ¿por qué estuviste tanto tiempo sin que yo te escuchara? –El Señor me dijo:
“Yo estoy en ti siempre, amándote y deseando escuchar tu voz, porque –escucha bien estas palabras- aunque tú me desprecies y no desees mi compañía, Yo te amo y siempre te amaré.”
Mi alma no sabía cómo agradecer al Señor su infinito amor por mí a pesar de mi miseria y grandes infidelidades.
21 de marzo de 1982.
Comparte esta publicación:
Copyright © Todos los Derechos Reservados.
Se puede compartir e imprimir para fines apostólicos.
El material en esta página web irá aumentando.