-Por la noche, después de un día dedicado a su servicio, el Señor me dijo:
Que tu lema sea: poner tu vida en Mí y vivirla sólo para Mí.
Debéis quitar de vosotros todo pecado, para que divinicéis vuestras obras.
Toda obra que sea destinada a mi Obra tiene mi bendición.
–Señor –le dije-, ¿cómo puedo predicar tu palabra si ni siquiera sé hablar a los hombres?
Predica hablando siempre con la verdad, siendo honesta, presentándote pobre por amor, hablando de mi amor, siendo pura en tu vestir y en tu hablar.
Pórtate ante los demás como mi esposa y amada.
Tu recato y sobriedad cuentan mucho en un alma.
Sé silenciosa.
Escucha siempre.
No descuides tu interior.
Háblame, que Yo escucho.
Proclama la buena nueva de paz ante este mundo inquieto y pecador.
Sé silenciosa en el Señor y así obrarás debidamente ante los demás.
Menos palabras y más obras.
Menos rezos exteriores y más interiores, y todos ellos encauzados al amor.
Los rezos exteriores son alimentos frágiles (cuando no son en amor), pero los interiores son fuerza para toda lucha.
Todos unidos (exteriores e interiores) serán alabanza y gloria para mi nombre.
No descuides, hija mía, el recato y la honestidad, la pobreza y la sencillez, el amor en caridad, el silencio y la oración.
La paz será el reflejo de la presencia de tu Dios en ti.
1 de octubre de 1981.
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