Redención Trinitaria

Yo soy el que soy, y soy el Dios eterno y verdadero, de quien procede el Hijo y por el cual tenéis la vida. 
Y Yo por amor os envié al Hijo de mi ser, para que tuvierais vida y participación en la vida eterna, que siempre será vida.  
Y os envié al Espíritu salvífico, que os guiará a la verdad y os inquietará por el Amado, pues, siendo Él Dios amor en verdad, os entregará a la persona del Padre y del Hijo, para que seáis vosotros como Él, uno en el amor. 
 
Yo soy el Espíritu de amor y verdad, y por eso, viendo al Hijo expirar en una cruz por vuestro amor, le entregué en los brazos de Quien provino, para dar a conocer al hombre a su Padre y manifestarle también la presencia del Espíritu, que es y será el guiador al Padre y al Hijo. 
 
Por eso cuando vosotros me invocáis y me amáis, estáis amando al Padre y al Hijo, porque los Tres somos el mismo y único Dios. 
Para vuestro bien os digo en verdad que Dios es unidad, y en Dios hay tres Personas siendo un solo Dios, porque en Dios sólo cabe la igualdad y el amor. 
 
En la redención estaba Yo, el Padre, aceptando la ofrenda viva de su amor, pues mi Hijo era el Hijo de mi amor. 
Y mi Espíritu daba fuerza al Dios humanado, para que siempre hablara al hombre del amor de su Padre y dejara, en verdad y con toda verdad, en manos de mi Espíritu su Iglesia peregrina hacia Mí. 
 
La función de vuestro Padre en la muerte de mi amado Hijo era oblativa, pues por amor os lo entregué a vosotros y por Él envié a vosotros al Dios unidad y amor de Ambos. 
 
Al estar pendiente mi amado Hijo en la cruz, con su ser abierto al Amor, Yo, su Padre, lleno de amor, suspiraba por el retorno del Hijo de mi amor, pues Yo soy el dador del amor abierto al Amor. 
 
Y, estando en ese dolor, Yo, por mi infinito amor, le inspiré por mi Espíritu aquellas palabras de amor: 
 
“Padre, en tus manos estoy y a tu seno vuelvo encendido de ardiente amor. Ven, Padre, y bésame con amor. 
Cúbreme de amor, que en este instante de dolor deseo más tu amor. Y envía hacia Mí a tu Espíritu, para que dé a mi humanidad la fuerza necesaria para cumplir en todo tu voluntad, y me llene tu Espíritu de consuelo, sabiéndome tu Hijo amado, y en brazos de tu Espíritu sea guiado hacia ti por el Espíritu que nos unifica y que nos hace uno en el amor, pues en Ti y en Mí y en tu Espíritu no hay separación, sino unión de amor.” 
 
Tu Espíritu estaba en Mí y Tú estabas siempre en Mí, pero, sintiendo como humano el sufrir y deseando ir a ti, es que exclamé: ‘Padre, en tus manos me entrego’. 
 
Tu espíritu estaba en plenitud en mi ser, pero esa exclamación salió de mi humanidad dolida, para que así tu Espíritu llevara mi espíritu a tus brazos que siempre estaban extendidos hacia Mí llenos de amor. 
 
Fue un suspiro de exclamación ante el desamor del hombre y como una queja de amor doliente de un Hijo que en ti estaba y que para el hombre vino a tomar su humanidad y para que tu Espíritu, estando ya en Mí, me llevara en pos de ti al Reino de donde proviene y de donde Tú con amor me enviaste para la redención del hombre. 
Entregué mi alma al Padre en brazos de su Espíritu, para unirme a Él por siempre después de haber cumplido mi misión salvífica para el bien de la humanidad. 
 
Mi resurrección hablaría de mi verdad, de aquella verdad que para el hombre parecía misterio, cuando expuse ante él aquel pasaje evangélico: “en tres días restauraré este templo.” Yo hablaba del templo vivo y verdadero de vuestro Dios que era mi cuerpo sacrosanto. 
 
En tres días volví al Padre, lleno de gloria para manifestar mi omnipotencia que es desde siempre y por siempre y dar gloria al Espíritu de vida, que es luz y amor. 
Pues Dios es amor y sólo, pues siendo un solo Dios los Tres vivimos en relación de amor y estamos sentados en un mismo trono para recibir la alabanza y la gloria que el hombre debe tributar a la Trinidad de amor. 
 
Ahí ha estado desde siempre el Padre que es fuente viva de amor y que envió a su único Hijo por amor a salvar al hombre. 
Vivimos unidos por siempre y desde siempre y para siempre por el Espíritu de vida que es amor y verdad. 
 
El Padre es Dios y el Hijo del Padre de quien procede es Dios, pues, tomando la naturaleza humana para hacerse presente visiblemente al hombre por amor, no dejó de serlo. 
 
El Espíritu es Dios, y Dios bajaba desde el principio para comunicarse con el hombre, pues vuestro Dios existía desde siempre y siempre somos un solo Dios en tres Personas divinas para salvar al hombre y guiarlo a la gloria sempiterna, donde la Trinidad de amor será exaltada y amada por siempre. 
 
Yo, siendo Dios y hombre, pues tomé la naturaleza humana, nunca dejé esa relación de amor con mi Padre y su Santo Espíritu, y en esa relación de amor estábamos siempre unidos, teniendo esa visión de lo alto que es la gloria sempiterna. 
 
 
23 de marzo de 1983. 

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