Las Siete Palabras

   1) “PADRE, PERDÓNALES, PORQUE NO SABEN LO QUE HACEN.” (Lc 23,34) 
 
En aquellas almas deseosas de sangre virginal estabais presentes vosotros; pero Yo no podía más que amar al hombre, pues por él vine al mundo. 
Viendo su incapacidad para poder llegar al bien, clamé a Aquel de quien proviene todo bien. 
 
Este clamor de amor abrió los brazos del Padre, para que el hombre volviera a Aquel de quien provino. 
 
Yo, el Amado, tengo mis complacencias en el hombre, pues le amo con amor sin igual. 
Por eso es que, en ese suspiro de amor, clamé al Dios que es amor para enseñarle con mi voz al hombre: hermano, si te hieren, ama; si te desprecian, ama; si sufres injusticia, ama; pues el Amado supo perdonar, y si tú eres hijo del Amado perdona en verdad. 
 
   2) “YO TE ASEGURO: HOY ESTARÁS CONMIGO EN EL PARAÍSO”. (Lc 23,43) 
 
Cuando el hombre se vuelve generoso ante el dolor de su hermano y vuelve los ojos hacia ese hermano, aunque él esté sufriendo a la par, esa alma está abriendo para sí la gloria del Eterno. 
Pues en el alma generosa está Dios en plenitud; en el alma abnegada mi Espíritu reposa. 
 
En verdad te digo que en verdad fue al cielo del Amor. 
 
El que aboga por otro está cerca del Amor, y reconocerá que el que está dentro de su ser es el Amor. 
 
Por la abnegación se abrió en aquella alma su entendimiento y vio la luz de mi luz; y su voluntad clamó al Amor el perdón, y vio a Dios, y Dios a él lo vio con infinito amor y lo transformó por amor. 
Y ahí comenzó el fin de mi venida a este mundo por vuestro amor, y se inició la redención del pecador. 
 
Por eso, carísimos, debéis limpiar vuestra alma perdonando y amando, dando de vosotros para recibir, y siendo almas de súplica constante al Amado; pues el que suplica tendrá por mi amor cuanto desea, si lo que suplica es para ir al Paraíso eterno. 
 
Esta misma tarde estarás conmigo. 
Aquella alma, sedienta de amor, miró al Amor y vio en mi mirar mi gran amor. 
 
Por eso, almas mías, clamad al Amado y ved si hay mirar igual que el de vuestro Dios, y galardón tan especial. 
 
El buen ladrón, por un acto de amor y por la súplica de perdón, arrebató el cielo y voló con el Hijo del Amor a los brazos de aquel Dios que es infinito amor y que siempre desea dar perdón. 
 
   3) “VIENDO A SU MADRE Y AL DISCÍPULO A QUIEN AMABA, QUE ESTABA ALLÍ, DIJO A SU MADRE: ‘MUJER, AHÍ TIENES A TU HIJO’. LUEGO DIJO AL DISCÍPULO: ‘AHÍ TIENES A TU MADRE’.” (Jn 19,26-27) 
 
¡Oh amada madre mártir que glorificada estás en el cielo de tu Amado! 
¡Oh piadosa Virgen mártir! 
¡Oh amada flor de azahar! 
¡Oh belleza inmaculada que diste en ofrenda santa a tu Dios por ti amado al Padre tan amado! 
 
¿Qué podía, sino dejarte como madre de los hombres? 
¿En qué brazos mejores pudiera refugiarse el hombre, sino en aquellos, madre, que cubrieron al Amado? 
 
‘Madre –te dije con amor- ahí tienes a tu hijo’. 
 
Y al decirlo te dejaba ¡madre! a todos mis amados hijos. 
 
Tú eres fuente y fortaleza de verdad. 
Y con tu maternal amor sostendrías la Iglesia del Hijo del Amor. 
Fuiste apóstol. 
Fuiste mártir. 
Fuiste cuna del Amor. 
Fuiste siempre mi consuelo. 
 
Y en aquel supremo instante mis discípulos tenían necesidad de la madre que al Dios santo lo enseñó a cantar y a dar gloria al Dios verdad. 
Pues tu seno fue mi cuna, y tus manos mi sostén y tu corazón, ¡oh Madre! era el arca del Emmanuel. 
 
Pues tú fuiste la maestra del niño Dios en verdad, que en tu ser tomé vida de tu vida, por deseo del Padre que es amor y caridad. 
¿Y qué mejor maestra podía dejarle al hombre que una madre santa y buena, una dulce doncellita de la estirpe de David, una rosa de frescura, una madre, cruz abierta, que donó al Hijo santo y que, con profundo sufrimiento por el hombre, lo ofreció al Amor? 
 
Tú eres corredentora. 
Tú eres luz hermosa y sostuviste con tu amor a aquel Sol que es vida y es dueño de tu amor. 
Y sabiendo que eras todo para el Hijo del Amado, ¿cómo, ¡oh madre! Yo, tu Amado, dejaría a mi hermano, el hombre, sin decirle que mi madre también era de todos aquellos que estaban al pie de la Cruz viva de amor? 
Y tomaste tú mi Iglesia con profundo y santo amor. 
Tú eres Madre de la Iglesia, y eres la Virgen pura que la llevarás al Padre y que será guiada por el Dios Espíritu, que encendía en amor en todo momento tu corazón. 
Siempre, madre, serás madre de los hijos de mi Amor. 
‘Hijos míos –dije en la cruz- he ahí a vuestra madre’. 
Mirad cuánto amor sale de ese gran corazón. 
Miradla con amor. 
Pedidle con amor; y ella con amor os llevará al Amor. 
 
El Padre ante tu oblación, ¡oh madre!, exhaló un suspiro de amor que te envolvió toda de su amor; y el Espíritu de vida en ti posó. 
 
¡Oh madre amada! 
¡Oh santa madre! 
¡Oh Virgen pura! 
Siendo tú inmaculada, guía a mis hermanos por la senda del amor. 
 
Y vosotros, hijos todos, mirad al Amor, y tomad por protectora a la Virgen que fue toda para el Hijo del eterno y verdadero Dios. 
 
Eres fuente de alegría. 
Y ahora que el hombre busca la falsa alegría, dale a conocer la verdadera alegría, para que con alegría le cante con su vida al Amor. 
Pues el hombre está confundido y no se alegra en verdad y no busca a la Verdad y todo él es frialdad. 
Enciéndelo, ¡oh Virgen mía!, y dile de mi amistad y dile que Yo, su cielo, seré su eterna heredad. 
 
   4) “¡DIOS MÍO, DIOS MÍO! ¿POR QUÉ ME HAS ABANDONADO?” (Mt 27,46) 
 
Recitando el salmo mesiánico, me preparaba al retorno al Padre, para que aquellos que estaban al pie de la cruz recordaran aquellas palabras y supieran que en verdad Yo era el Hijo del Dios altísimo, y para que por ese reconocimiento volvieran sus mentes a la Verdad, para que en la verdad fueran santificados. 
 
Mi Padre es amor y no podía apartarse del Hijo de su amor. 
En todo momento sostuvo al Dios humanado, revestido de carne humana para la salvación del hombre, y para que el hombre en su peregrinar supiera en verdad que la oración es necesaria en todos los momentos de la vida, y para dar a saber al hombre que siempre debe de amar y orar a aquel Dios santo. 
 
Orar es caminar en el Amado, para que vuestro vivir sea una oración perpetua. 
Por eso oré al Padre, para abrazarme y prepararme con amor de Hijo, y morir en los brazos del Padre que me amaba. 
 
Por eso abrazaos a vuestro Dios con la oración, para que vuestro morir en el Amado sea una súplica de amor al Padre que es amor y perdón. 
 
   5) “TENGO SED.” (Jn 19,28) 
 
Pero mi sed era de amor, y de que el hombre respondiera a mi amor. 
 
Sed tengo, almas mías de amor. 
Por eso vosotros saciad la sed de vuestro Dios y no me deis el amargor solamente de vuestro vivir.  
 
Dadme vuestra floreciente juventud. 
Dadme vuestros gozos. 
Dadme vuestra renovación en verdad. 
Dadme vuestra alegría, que sea siempre en Dios. 
Dadme vuestro ofrecimiento continuo de vuestra vida. 
 
Sed tengo de almas consagradas, que sean santas en verdad. 
Sed tengo de almas humildes. 
Sed tengo de almas sencillas. 
Sed tengo de almas puras. 
Sed tengo de almas encendidas de amor. 
Sed, pues, tengo de vuestro amor. 
Tenía sed del amor del hombre, y aún tengo esa sed. 
 
El hombre me dio a beber vinagre. 
Rechazado fue para que el hombre, cuando sufra por amor al Amor, no busque ser consolado, sino amar; no busque ser buscado, sino buscar; no busque ser reconocido, sino el ser despreciado. 
 
Buscad ser hombres de oración, para que seáis oblación al Padre, para que obtengáis la fuerza ante el dolor. 
Porque a medida que desaparezcáis a vosotros mismos, seréis grandes ante el Dios que tiene sed de vuestro amor. 
 
Sed física tenía, pero mi sed más que física era de amor. 
 
   6) “TODO ESTÁ CONSUMADO.” (Jn 19,30) 
 
Bendito seas, ¡oh Padre!, pues era necesaria mi presencia humana para hablarle al hombre de tu infinito amor. 
 
Caminando por la tierra, prediqué el evangelio de vida, para que el hombre volviera sus ojos a aquel Ser que es vida. 
Y me quedé entre vosotros en el Sacramento del amor para compartir siempre con vosotros toda mi vida, y para que el hombre con su vida estuviera unido a mi vida. 
 
Me di al hombre en verdad. 
Les hablé de tu verdad. 
Les quité el velo de su oscuridad, para manifestarles tu verdad. 
Les enseñé el camino. 
Les di del agua que es vida y les hablé de tu Espíritu, que les guiaría a la vida. 
Limpié su pecado con mi sangre. 
Y Yo, con profundo amor, derramé gota a gota de mi vida, para bañar sus almas y llevarlos a ti, ¡oh Padre!, que eres vida. 
 
Por eso todo estaba consumado: mi venida y el retorno a Ti, que eres, ¡oh Padre!, toda mi vida. 
Tú estabas en Mí, y Yo en Ti. 
Por eso tu Espíritu estaba también en Mí. 
 
Y a todos los hijos de mi Amor los entregué con amor a Ti, ¡oh Trinidad de amor!  
Pues Yo, el Hijo de tu amor, soy el que vine al hombre para abrirle las puertas del cielo que tu amor tiene reservado al hombre. 
 
Tú eres el Eterno, y Yo soy el Dios que vino al hombre a redimirlo, y tu Espíritu estaba en Mí. 
Y los Tres, siendo Uno, redimíamos al género humano. 
 
Todo estaba consumado por voluntad mía y para tu exaltación, ¡oh Padre! y para que tu Santo Espíritu fuera el guía espiritual de mi Iglesia. 
 
Ahora, ¡oh Padre!, quedaba la respuesta de amor del hombre. 
Dios había venido por amor, y ahora el hombre, por decisión personal, volvería al Amor, o cerraría su corazón a aquel Dios, Trinidad de amor. 
 
   7) “PADRE, EN TUS MANOS PONGO MI ESPÍRITU.” (Lc 23,46) 
 
Tú eres la grandeza. 
Tú creaste toda la naturaleza. 
Tú enviaste a tu Amado. 
Y tu Espíritu estaba en tu Hijo tan amado. 
 
¡Oh Padre! ¿En qué mejores brazos podía descansar el Verbo eterno sino en el Eterno? 
La gloria se abría para el hombre, y Tú, ¡oh Padre!, eras conocido por mi hermano, el hombre. 
Tu corazón maternal estaba abierto para recibir a Aquel que Tú enviaste, para ser mensajero de tu Reino. 
 
¡Oh Padre! Tú eres mi consuelo. 
Yo a Ti siempre acudía en este destierro. 
Tú eres, ¡oh Padre! el Padre del Amor; y por eso, en un suspiro de amor, volví a tus brazos con amor. 
 
Tú, ¡oh Padre! moviste la tierra para que el hombre no esté apegado a este mundo y mire siempre a lo alto donde moras. 
 
¡Oh Padre! Sé siempre glorificado y amado por el hombre. 
¡Bendito seas Padre siempre! Pues eres el principio y el fin. 
Eres la exaltitud. 
Eres la longitud. 
Eres lo que eres. 
Y, siendo todo, eres y sólo eres el Dios vivo y eterno. 
Por eso, ¡oh Padre!, vine de donde vine, y volví a de donde vine. 
 
¡Padre! Que el hombre vuelva a ti. 
Que piense siempre en ti. 
Y que sea una alabanza viva, para que con su vida dé gloria al Dios, fuente de la vida. 
 
La tierra obedeció a tu mandato y se estremeció a la muerte de tu Amado. 
Pero el hombre no cambia, ¡oh Padre amado!, aunque Tú estremezcas esta tierra. 
El alma del hombre se ha insensibilizado ante tu llamado. 
 
Bendice, ¡oh Padre!, a mis hermanos para que resuciten a la vida, y ya, en camino a la verdad, abran sus almas al Dios de santidad, y vayan a gozar de ti, pues somos Unidad, siendo santa Trinidad. 
 
 
                    …..                                 …..                                    ….. 
 
Palabras de vida que salieron del corazón vivo, que os llevará al Eterno y que os dejará en la verdad de su Santo Espíritu. 
 
Palabras de verdad con la enseñanza en el dolor y que os dieron en verdad toda la esencia de esta mi verdad. 
 
Palabras en el dolor por vuestro amor. 
Palabras de perdón y de salvación. 
Palabras a la Madre que supo del dolor y que me dio su amor. 
Palabras que guiarán en la verdad a mi Iglesia, y que a las almas les dirán el deseo del Amor. 
Palabras de amor. 
Palabras que llenarán de mi luz. 
Palabras que el Padre acogió en su ser. 
Palabras, inspiración del Espíritu de vida. 
Palabras salidas del Dios de la vida. 
Palabras que, aplicadas a vuestra vida, os llenarán de amor del Dios, Trinidad que es vida. 
Palabras que, si tú, hermano del Amor, abres tu corazón y las escuchas con amor, comenzarán a ser en tu vida la redención que te llevará al Padre, que es perdón y salvación, y que, con tu decisión personal, para vivir en mi amor y amistad, el Espíritu guiará tu alma a la verdad. 
Y ahí, en la verdad, tu alma ya deseosa de darse a Mí en amor y verdad, será grande ante la Verdad. 
 
Yo, el amor, veré con gozo que mi venida por vuestro amor a este mundo ha dado frutos de vida, y que todo mi padecer ha tenido el valor deseado, pues el valor consistía en la salvación de mis almas tan amadas. 
 
Y aquellas almas, que buscan la verdad de mi amor, y ya unificadas en la cruz redentora, Yo, la cruz viva de amor, seré para ellas su eterno galardón. 
Y ya, siendo el alma con su Dios, uno en el amor, Yo, la Trinidad de amor, seré amada y glorificada por siempre. 
 
 
Viernes Santo. 1 de abril de 1983. 

Comparte esta publicación:

Share on facebook
Share on twitter
Share on whatsapp

Copyright © Todos los Derechos Reservados.
Se puede compartir e imprimir para fines apostólicos.
El material en esta página web irá aumentando.