(Mi alma estaba deseosa de decir a las almas el Misterio trinitario y explicarlo según el Señor me lo haga entender.
En mis experiencias, que por regalo divino, a pesar de mis culpas que en sí han sido tantas, el buen Dios me ha dado a saber las funciones salvíficas que cada una de las divinas Personas, cuando el alma se abre a la gracia y vive en unión con ellas, realizan en el alma.
Ellas actúan en el alma, para enseñarla, ilustrarla y acrecentarla en las virtudes que harán que esa alma profundice en ese mar inagotable de verdades eternas y teologales.
Las Personas divinas ejercen esas funciones de un modo absoluto y relativo, ya que se dan al alma en su totalidad y hacen que en ella resplandezca la verdad de Dios.
Vi cómo se abría en su belleza una nube de clara luz y de ella se reflejaban destellos que se desprendían de esa nube, sin separación en lo absoluto.
Contemplé cómo de pronto, en ese mismo destello, resplandecía algo bello.
El Señor me hizo entender:)
Así es el Misterio trinitario.
Somos tres Personas unidas en el amor sin separación, sin que el Padre se separe del Hijo y de su Santo Espíritu.
Pero así como viste que de esa misma nube sin desprenderse de ella irradiaban tres colores unidos, pero los cuale eran de igual hermosura, pero con características diferentes, así en Dios son los dones que cada Persona da al ama.
(Y como yo misma comprendí y el Señor me explicó:)
Esa nube es símbolo del Misterio trinitario, no la realidad en sí.
Tú no viste su proceder, pero sí la esencia de ella.
Así es para ti el misterio de Dios.
No sabes cómo, pero por las experiencias comprendes que en ti vive Dios Padre que, al igual que el Hijo, te desea y ama, y has conocido el fuego del dulce Espíritu. Y crees por la fe y el sentir que en ti viven y que tú debes complacerte en ellos y relacionarte con ellos en intimidad de amor.
El Padre increado, que no procede de nadie, es un ser omnipotente y de Él procede el Verbo, hecho carne, que por amor vino al hombre, haciéndose pasar como hijo de hombre, pero cuya procedencia es divina.
Pero tomó en sí la naturaleza humana como un acercamiento con el hombre, para relacionarse con el mismo hombre, para que el hombre le hablara y Él a su vez transmitiera al hombre que había un Dios Trinidad sapientísima que se relaciona divina y humanamente y que en la misma relación está el Espíritu de Dios, que es unión del Padre en su Hijo.
Y el Padre es Dios, al igual que Aquel que procede de Él. Y el Espíritu que los une es Dios; pues en Dios existen la Persona divina y la naturaleza humana.
El Espíritu los unifica y en ellos no hay separación, pue el Padre por amor envió a su Hijo, y en su Hijo estaba su Espíritu.
El Padre ama al Hijo y el Hijo en su Padre es amado y corresponde al igual a su amor, y ese amor es de los Dos, y de él procede el Espíritu que en amor une a los Dos.
Y sin dudar de ese misterio, aunque el alma no lo llegue a comprender en toda su intensidad, sí podrá vivir enlazada con el Misterio trinitario.
Pues el Padre le dio vida al alma, y el Hijo le dio agua de la misma vida del Padre, pues el Hijo tomó su ser de su Padre.
Pero debéis entender sin confundiros que Dios existe desde siempre. No se hizo cuando se encarnó en el seño de su Madre, pues el Verbo existió desde siempre y el Espíritu existe desde toda la eternidad.
Y si el Hijo es agua de vida, esa agua procede del Padre y del Espíritu, porque en los Tres hay relación unitiva.
Pues el Padre también participó en el misteiro de la redención; pue en Dios, vuelvo a repetir, no hay separación, pues los une en sí un solo Espíritu.
Dios es verdad y Dios es para el alma la fuente de amistad corredentora, pues en el ser del Hijo estaba el ser del Padre; pero el Padre no es el Hijo, pero sí es el mismo Espíriu el que los une.
El Espíritu es el Dios que visita al alma con suavidad de un amor encendido, que calienta al alma y la hace enfervorizarse y desasosegarse ante el llamado, y sutilmente se acerca a ella tocando las fibras más sensibles del alma; la enternece, la hace posesión suya y ya, siendo suya el alma, al igual que unifica al Padre y al Hijo, al alma la unifica en el Padre y en el Hijo.
Cuando el alma comienza a realizarse en Dios, vive con alegría, porque en ella habita el Verbo de Dios y ante ella permanece el fuego del Espíritu.
(¿Qué ha sido Dios para ti?)
Dios para mí ha sido la verdad, pues en mí vive por la fe la Verdad. Y esa verdad es Dios. Y en Dios están las Tres Personas unidas a mis ser.
El Padre produjo en mí su gracia y dio a mi vivir paz y concordia. Y llena de estupor comprendí inenarrablemente que aquel Padre por mí olvidado se acercaba con amor y misericordia, y comprendí que existía y vivía en mí.
Y ahí, lleno de amor y dolido por mi desamor, estaba aquel que procedía de mi Padre. Y Él, derramando en mí el agua de vida, llenó mi alma de amor y esperanza.
¿Y qué decir de mi Dios Espíritu, fuerza transformativa e iluminativa, que actuó en mí, dándome a mí a sentir el dulce fuego de su amor?
Fue para mí el sosiego para mis inquietudes y deseos.
Al alma la fue llenando de sus dones divinos que hacen que el alma muerta renazca a la vida de la verdad.
La va capacitando para recibir gracia por gracia.
La va haciendo que absorba en sí el misterio del ser de Dios, dilatándola y enseñándola a que viva en comunión constante con Él y, en Él, con el Padre y el Hijo.
El amor es en mi alma igual, sin distinción, para el Padre y el Hijo y su Santo Espíritu.
La comunicación es relación mutua de amor específico, donde Dios abarca en su totalidad mi alma y distribuye en ella su amor de tal manera que comienza a ejercer sus funciones salvíficas.
El Padre, al acercarse al alma, la envuelve en su ternura, y el alma, sin recelo de por medio, ve en su Padre al deseado Padre, contempla su amabilidad y ve con claridad cuán Padre es su Padre.
Y al principio, temerosa del castigo del Pare, no se abre ante su Padre; pero el que es el verdadero Padre, le aquieta sus temores diciéndole:
“Ven a Mí, hija predilecta, amada de Dios.
He aquí que estoy deseoso de ser amado y glorificado, y no soy el Padre que ante tus ojos te han formulado.
Yo soy omniptente e increado, pero en Mí hay sólo amor para ti.”
Y ante esas palabras el alma olvida lo que era según su pensar aquel Padre que ni era amado ni mucho menos recordado.
Con su amor cicatriza sus pensamientos y moviliza al espíritu a confiar en su palabra.
El alma escucha con atención las palabras y sin verlo lo vi, y sin tocarlo lo toqué y sin besarlo lo besé.
Y Él en mí se dio con amor paternal.
Viviendo en Dios el alma se desasosiega con quietud por su Dios.
Mi Dios acariciaba mi ser y yo a su ser me entregaba con todo mi ser.
Me envolvió su sombra y yo en ella me perdí con amor.
Ahí viví, sin vivir en mí, aquellos momentos de alegría en Dios, no siendo sensibilidad sino verdad del espíritu.
El Padre extendía sus manos que, sin yo verlas, las sentía, pues eso fue en el alma, no con los ojos del cuerpo.
Pero al igual que el alma mi cuerpo era para Dios y él se extasiaba en Dios.
El Padre me decía: “Necesito tus manos, pues es mi deseo hacer alianza con el hombre.
Ámame, que Yo te amo desde toda la eternidad.
Mira, hija mía, que el hombre me ha olvidado y su amor es superficial, pues por temor me dice que me ama; pero eso no es amor. El amor se da aún con temor.
Pero el alma ¿Por qué teme, si Yo soy sólo amor?
El hombre solo se castiga, pues en mi ser no hay violencia ni venganza.
La justicia es de Dios, pero justicia no es venganza.
Sé transpariencia de Dios, hija mía.
Dulcifícate en Mí.
Lo pasado está olvidado.
Yo te amo y eso debe ser alivio en tu dolor.
Enseña al mundo mi existencia, siendo alabanza de mi gloria.
Perfecciona tus defectos.
Ámame con constancia.
Mira que mis almas corren hacia el camino que las conduce al mal.
Rescata, amándome, esas mis almas.
M.M. del Padre, del Hijo y amada por siempre por mi Espíritu.
La verdad florecerá el día que tú seas unificada en mi ser.
Transfórmate.
Si veláis, hacedlo pensando en Mí y amándome.
Si estáis en oración, ámame y déjate amar.
Si trabajas, que tu trabajo sea enlace con el cielo.
No perturbes tu comunicación que Yo, el Amado, suspiro por un suspiro tuyo de amor y estoy como un niño cuando desea el dulce que le dará alegría.
Tú, alegra a tu Dios.
Tú, vive en Dios y muere a ti por Dios.
Enséñame tu sentir.
Háblame de tu deseo de vivir, porque me gozo cuando el hombre me habla; y, aunque Yo soy el que soy, me gusta que el hombre me tome como confidente de sus penas espirituales y físicas.
Que tu sentir sea en Mí, y Yo en ti seré glorificado.
Yo soy el Padre que en ti vive y desea ser llamado por ti.
18 de octubre de 1982.
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