Sacerdotes de la Penitencia

El sacramento de la Penitencia es sacramento de vivos, pues el alma con el sacramento resucita a la verdadera vida de la gracia, aumenta en ella las gracias sobrenaturales, que la fortifican y la elevan a la dignidad suprema de hija de Dios, y se consagra auténticamente al corazón de Dios. 
 
El alma, antes atada por el pecado, por el perdón recibido tiende su vuelo hacia el cielo. 
El alma, ya liberada de las garras del demonio, ha aplastado con la gracia del perdón a aquel que deseaba apartarla de la verdad. 
 
Toma el alma el agua de la vida, pues el alma alentada con la fe en el perdón, acrecienta la esperanza en la misericordia del Padre, que la estrecha en íntimo abrazo, que la perdona y unifica a su ser. 
El alma con el perdón limpia su lepra y sana con la luz de la vida, pues Yo soy la vida. 
 
Dios Padre contempla con amor al alma contrita y humillada y la acoge en su regazo. 
Y ese contacto de amor la transforma en una belleza que sorprende a los ángeles y los llena de estupor por la maravilla del sacramento penitencial. 
 
El alma deberá acercarse al sacramento consciente de sus pecados, arrepentida con profundo dolor, con firme propósito de enmienda, con deseo reparador, siendo su caminar hacia el Padre un acto de amor vivo. 
 
Su mirar sea para Dios. 
Sus obras harán que esa alma, ya contrita y perdonada por el Dios del amor y de la misericordia, prospere en el caminar hacia Dios. 
 
El alma no olvide que su Dios la ama y la ha perdonado. 
No caiga en tentación y peque nuevamente en contra del Dios que la ama. 
Sepa y tenga entero conocimiento el alma que las obras vivas serán reparación de sus pecados. 
El amor hacia su Dios la purificará y acrecentará en ella el deseo de salvación y de entrega a quien tanto la ha perdonado. 
 
El alma, bañada con la sangre redentora de su Salvador y purificada por la sangre del Señor, ame al Señor; desagrávielo con su dolor y arrepentimiento; renueve repetidas veces su dolor de haber ofendido a su divina Majestad. 
Su caminar sea siguiendo las huellas del Pastor celestial. 
Santifique sus obras. 
Glorifique al Padre, dador de la gracia sacramental. 
Piense siempre en las postrimerías, y si en ellas tiene su pensar difícilmente volverá a pecar. 
Piense el alma cuánto sufrió su Señor y salvador por sus pecados. 
Ofrezca a su Dios ofrendas vivas de amor en sufragio por sus pecados. 
 
Dios Hijo la acoge como acogió al buen ladrón y la deposita en los brazos de su Padre. 
Lleva al alma al gozo del eterno Señor. 
 
El Hijo se gozará con su Padre por el retorno a la vida de aquella oveja amada. 
 
Y el Espíritu, que une al Padre y al Hijo, el que es alegría y fortaleza del alma, tomará posesión absoluta de su templo y morará en él para que esa alma camine en la verdad, en la verdadera alegría y en la paz, que la transformará y la bañará de la luz de la verdad. 
El alma debe de seguir unida por la oración con las Tres Personas divinas y suplicarles su auxilio para no caer en tentación. 
Deberá el alma estar atenta, que el demonio no duerme, sino que vela para hacerla caer y tomar nuevamente aposento para destruirla, apartándola de aquel Dios que tanto le ama. 
 
No peque el alma ni venialmente, pues un pecado venial la debilitará al extremo de caer en la más leve tentación. 
Deberá el alma estar atenta, que el demonio no duerme, sino que vela para hacerla caer y tomar nuevamente aposento para destruirla, apartándola de aquel Dios que tanto le ama. 
 
No peque el alma ni venialmente, pues un pecado venial la debilitará al extremo de caer en la más leve tentación. 
Ate sus sentidos, y unifique su libertad a la libertad del Hijo de Dios. 
 
La oración la hará fuerte. 
La fe la llevará a la verdad. 
La esperanza la irá renovando de toda imperfección. 
Y la caridad la hará llamarse hija del Altísimo. 
 
Debéis de acercaros al Sacramento deseosos de no volver a pecar y contritos de haber pecado, para que Dios venga a vosotros y os libre de toda atadura que os aparte de ser coherederos de su Reino. 
 
Caminad siempre en mi presencia y no pecaréis. 
Amad la justicia y vivid en la verdad de Dios. 
Temed a Dios, que su justicia llegará. 
Caminad siempre deseosos del bien y no busquéis el mal que os hará enemigos de la Trinidad de amor. 
Sed santos. 
Santificaos por vuestras confesiones. 
Vivid en deseos de amar y servir al Altísimo. 
No busquéis ser amados: vosotros amad en mi nombre. 
Sed rectos de intención.  
Leed lecturas que os encaucen a Dios. 
Santificad vuestra vida. 
Desead ser alabanzas de Dios. 
Que el celo de Dios sea vuestro fuego que consuma vuestra alma. 
Caminad en perfección. 
Sed santos por amor a vuestro Padre. 
Y arrepentíos por la sangre redentora que os salvará. 
Vivid en amistad de mi Santo Espíritu. 
Haced vuestras confesiones poniéndoos en la presencia del Dios que os perdona por amor. 
No salpiquéis vuestra alma con ningún pecado. 
Caminad en perfección… 
Y Yo, la suma perfección, vendré a vosotros para vivir en eterna amistad por toda una eternidad. 
Os amo. 
 
 
24 de noviembre de 1982. 

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