Te digo en verdad que el alma sacerdotal vive en completa oscuridad cuando cierra sus oídos a mi súplica y verdad.
El demonio se llena de júbilo cuando me arrebata un corazón sacerdotal, que siempre debe ser verdad de verdades, santidad sobre toda santidad, pobreza, pobreza, pobreza…
POBREZA es señal de grandeza.
Pobreza, pobreza suma, suma… en plenitud: todo lo que reviste la palabra ‘suma pobreza’; lo cual el hombre no entiende, y si lo entiende lo deja en su entender, y es para él de poco valor.
¡Pureza! ¡Pureza!
¡Qué poco y qué pocos son los puros, los puros en sus almas y en sus cuerpos!
¡Son pocos los rectos! Deberían ser rectos en verdad, y no lo son.
¡Los santos! ¡Los santos! No los hay.
Los sacerdotes santos son pocos, muy pocos ante la Verdad.
Yo soy la verdad, y te digo en verdad que son pocos los sacerdotes santos en verdad.
Mediocres, los hay.
Insensatos y de poca verdad, son muchos.
¡Son tantos los engañados ante la verdad!
¡Son tantos los incrédulos en la fe, y los que no manifiestan caridad!
Son numerosos los que guiados por su verdad me apartan de su vivir y tan sólo me dan migajas de su vivir.
Y son poquísimos, poquísimos, los que son amorosos ante el Amor y no suplican por sus propios intereses, sino que, envueltos en fuga de amor, me dan, con amor y fidelidad, todo su corazón.
Son muchos los que predican y piden al hombre vivan en santidad, pero ellos mismos no aplican esta verdad ante su verdad.
¡Son tan pocos los corazones generosos, orantes, sacrificados, los que busquen al Consuelo y le den con amor consuelo!
Yo te digo con amor que te abras al Amor, para que si aceptas mi amor, seas sacerdote santo por el Amor.
Te digo en verdad que mi corazón sufre y llora por ellos.
Toma mis lágrimas, enjuga mis lágrimas y dame tu amor para secar mis lágrimas.
Sufro, y te lo digo en verdad, sufro y necesito el amor de mis sacerdotes.
Por eso a ti te digo con dolor que es tan grande mi dolor que busco tu corazón para decirte cuánto sufre el Dios del amor.
Busca al Amor y mira la tristeza que hay ante el desamor de mis sacerdotes.
Sufro, sufro, sufro, mucho sufro…
Hijita, déjame darte el corazón, déjame esconderme en tu corazón, y dame tu amor, dame tu amor.
Mira al Amor, que sufre ante la insipidez y desamor de mis sacerdotes.
Por eso busco almas sacerdotales, almas que sean realmente hostias de amor.
¡El mundo me ha arrebatado tanta alma sacerdotal…!
-Señor, ¿qué puedo hacer yo para quitar ese tu dolor?
Ámame.
Yo te digo que cada lágrima quita una espina clavada en mi corazón; cada suspiro de amor me da gozo, y por cada entrega por amor Yo, el amor, siento el consuelo ante el dolor.
Discúlpame por mi queja, pero sábete, amada, que me hieren tanto los desprecios sacerdotales… que ante ellos no puedo más que llorar y decirte que necesito almas de amor y verdad.
Por eso necesitaba un cenáculo donde el Amigo le diga todo al amigo y donde los gozos y pesares se compartan al amigo.
Si él sintió el desamor que asimile cuán enorme es mi dolor.
Y Yo os digo en verdad que no todos aquellos que se dicen sacerdotes viven en verdad la perfecta santidad.
Ahora debéis comprender cuando os he dicho que os abro mi corazón.
8 de abril de 1983.
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