Cuando el alma recibe el agua del bautismo, esa alma es bañada de mi luz.
El alma toma una hermosura que si el hombre pudiera contemplar esa hermosura, quedaría ciego ante lo hermoso de su hermosura.
El alma con cada sacramento va embelleciéndose de hermosura.
El alma con los dones dados a ella va aumentando la hermosura que proviene de mi hermosura y ya, transfigurada en mi hermosura, será una en mi hermosura.
Por eso es necesario que el alma crezca en hermosura y que valore al Dador de la hermosura.
El alma por el amor al Dios de la hermosura borrará toda huella del daño del pecado que ha desfigurado su hermosura.
La oración es la que pincela al alma, adornándola de una hermosura refulgente.
El que ora, si se viera cómo está su alma cuando ora con amor y verdad, conocería el valor de la oración: su ser se transfigura y su alma vuela en vuelo veloz a los brazos del Dios de la hermosura.
La oración perfecta es aquella en que el alma se llena de amor y da todo su amor al Dios que la cautiva y la enamora.
Dios busca al alma, la inquieta, la enamora y en su alma se va transfigurando la imagen del Amado, y ya el alma toda en el Amado será una en el Dios amado.
Al alma que es humilde el Espíritu de verdad la llena de su hermosura.
Al alma humilde el Espíritu de la verdad le llenará de su verdad.
Busca, alma, el deseo de seguir a la Verdad.
Tú tienes que ser verdad y serás verdad cuando toda, toda despojada en verdad, seas uno con el Dios que te ha elegido en verdad.
Deberás, primero, amar, amar y siempre amar.
Deberás también buscar con amor ser uno con el Dios que te ama en verdad.
Deberás alejarte de todo aquello que opaque el deseo de la verdad.
5 de abril de 1983.
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