La Eucaristía es la gracia misma y el Dador de la gracia, dándose lleno de gracia al alma en gracia.
La gracia es para el alma la limpieza donde el Amado reposará.
El alma regusta del Amado, y ya toda en el Amado, Yo, el Amado, dador de la gracia, derramo gracias inagotables de vida eterna.
Yo soy el pan de los ángeles, que en vosotros estoy.
Yo soy la fuente inagotable que corre presuroso hacia el alma que me desea y la baño de amor.
Yo soy el pan de la vida, y el que toma de este pan tendrá vida eterna.
Yo soy el Dios exaltitud y longitud.
Yo soy la verdad y la vida. Cuando el alma me recibe, su ser crece en gracias de salvación.
-Yo soy el Amor del Padre que en unión de su Hijo me doy también al alma. Y Yo poso en el alma y la enciendo en llama de amor, para que el alma reciba el Cuerpo del Hijo amado.
-Yo, el Padre, dador de la vida, os entrego a mi Hijo por mi Santo Espíritu.
El alma tiene al dador de la vida, al dador de las gracias, y al salvador que os trajo mi gracia.
La gracia misma está en vosotros.
No olvidéis que, antes de recibir a aquel Dios humanado, debéis de perdonar, para que la presencia de la Trinidad de amor en vuestras almas, al estar en comunión con la misma alma, perdone y limpie en vosotros toda mancha.
La luz entra a vuestro ser.
La esperanza se acrecienta.
La fe aumente en el ser del hombre.
Y la caridad empieza a ser practicada por el hombre.
-Con esto os aclaro cómo es la gracia en el alma.
En vosotros se inicia la amistad en perfección con el Amigo.
Yo, el Amigo íntimo del alma, me doy consustancialmente al alma, y al hacerlo el alma regusta el amor del Dios amigo.
El alma siente la presencia real del Dios amor.
El alma desea al Amor, y si el alma está llena de amor, se comunica con su Dios como los ángeles en el cielo.
La amistad con el Amado es de intimidad y perfección.
Intimidad, porque al recibirme sacramentalmente el alma se unifica con el Amado, y el Amado se da en amor total a la amada.
Perfección, porque el alma ya no busca la sensibilidad, sino el deseo de dar amor y gloria al ser amado.
Recordad que vuestro corazón es en aquel instante sublime relicario vivo donde el Amado se encarna en el ser del hombre.
El alma al recibir la presencia eucarística se sublimiza y acrecienta su vida en la vida espiritual.
El Dios Trinidad beatífica es glorificado y ensalzado por el alma.
Y el Dios humanado se siente realizado, pues era el deseo del Padre que se entregara al hombre por amor.
La perfección tiene varios matices en cada alma.
Por ejemplo: Cuando Dios está presente y latente en el alma, si el alma purifica su sensibilidad, y sin sentir experiencia mística alguna abre su corazón con fuego de amor a su Dios que engalanado está en el alma, esa alma está haciendo un acto de adoración sublime, al igual que otro ser al que Dios quiere regalar un regalo de la mística espiritual.
Las dos almas ante Dios tienen igualdad en el amor.
Pero hay almas que se acercan a recibirme por rutina y ostentación, sin siquiera exhalar un suspiro de amor por el Amado.
Esa alma recibió al mismo Amado que las almas anteriores, pero no supo recibir debidamente al dador de las gracias.
El demonio, sabedor de que el alma recibe al Dios que él despreció, pone en las almas la falta de fe, la falta de amor y hace dudar de tal forma al alma que la hace creer que es mentira que en ese pobre pan se haga presente la Trinidad de amor tal y como existe en el cielo.
Por eso me dirijo a vosotros, directores de mis almas, para que realicéis en las almas la debida y correcta educación a todos mis sacramentos, que son fuentes perennes de gracias salvíficas.
Hay la preocupación en Mí de que la mayor parte de mis consagrados sacerdotes hagan del Banquete Eucarístico una rutina, sin dar al sacramento del Amor la exaltación debida a tan gran misterio de amor y salvación.
Exaltar el misterio de Amor es amar y sublimar, y dar la debida reverencia a tan gran sacramento, que el hombre debe honrar, y al honrar amar.
El hombre, cuando Dios se presenta ante él, debería inclinarse en atención reverente y, al hacerlo, hacer un acto de profundo y sublime amor.
Recordad que vosotros, al recibir el Sacramento, fuente de vida, os hacéis divinos, pues en vosotros está la presencia humana y divina del ser de Dios.
No es que vosotros sois Dios; es que vosotros en Dios sois divinos por la presencia del Rey supremo.
Dios, fuente del bien, dador de todo lo de esta vida, se empequeñece en ese pan para ser recibido sacramentalmente y hacerse presente al alma.
Al consagrar las hostias en el Cuerpo de Cristo, aquel pequeño pan se engrandece, pues todo él contiene la omnipotencia del Ser supremo.
El alma deberá prepararse con el deseo al acercarse al divino Pan, dejando atrás todo mal deseo, toda experiencia pecaminosa, todo lo que sea distracciones mundanas que hacen que el alma no reciba debidamente al Cordero inmaculado y no acreciente las gracias que el Pan divino depositará con su presencia, al estar en comunión con esa alma.
Por eso os digo que es cuando Satán lucha por apartar al alma de aquel Misterio divino que hará que el alma resucite en la vida espiritual, y pone empeño en apartarla del Sacramento de vida.
El hombre, cuando es depositario del Misterio Trinitario, tiene entre sus manos a Aquel que sostiene todo cuanto existe y tiene vida.
Y el Dador de la vida, siendo Dios, está a disposición del hombre.
Pues hay muchos sacerdotes que tienen a Dios, y en lugar de contemplar a su dueño y Señor, se cansan de sostener a Aquel que inagotablemente sostiene su ser por amor.
Y hay algunos que ni siquiera dicen con amor las palabras excelsas y sublimes que ni los ángeles pueden pronunciar: ‘He aquí el Cuerpo del Señor’.
El hombre, para que sea glorificado el Dios que en humildad y amor se abaja a su voz, deberá, al recibir el Pan de los ángeles, derretirse en amor por un Dios que, siendo Dios, se deja sostener aún en manos enemigas y sacrílegas.
Misterio de amor es el Sacramento del Amor, que da vida de su vida, pues en su vida tiene al Dador de la vida, que se da a él totalmente, tal y como lo contemplan en el cielo.
Pues Yo soy el cielo, y todo el cielo está en sus manos, a merced de sus deseos, deseando oír de él un acto sublime de fe y amor.
Fe que sostiene el ser del hombre en Dios, y aumento de amor a Aquel que sostiene, que es Dios.
La oración sacerdotal en ese momento tiene dimensiones extraordinarias de vida, pues la Vida dejaría de tener vida si no diera vida a las palabras del ser que le pide a la Vida por otros que parece dejan de tener vida cerca del Dios de la vida.
La sublimidad del Misterio de Amor consiste en que un pobre paz se convierte en el supremo Dios.
Dios humilde se hace presente.
Dios humanado ahí está.
Dios, majestad suprema en ti está.
Dios de los ejércitos te afilia a los suyos por el inmenso y profundo amor que tiene por el hombre.
Dios, fuego de amor, se presenta ante ti, pues la Hostia consagrada, pan de vida, resplandece por el Sol de la vida.
En ese Pan de amor está la vida que es salvación.
Ate ese Pan celestial los ángeles se postran y ven al hombre con el poder que Dios le ha conferido: que Dios se deja amar y sostener por aquel hombre al cual por amor le tiene con vida.
Dios está aquí: Venid y adorad al Portento hecho pan para alimento del hombre.
Eso deberíais pensar cuando os acercáis al agua viva, pues el que tome de esta agua jamás tendrá sed.
Yo soy el Dios que sacramentalmente estoy unido con el hombre, pues amo tanto al hombre que no podía dejar al hombre sin su Dios; porque es mi deseo que el hombre amado venga a Mí para que tenga vida eterna.
Ahí, sacramentalmente oculto en un sagrario, espero con amor al hombre para hablarle de mi amor y abrazarle con amor y llenarle de ese amor, para que viva y muera en el amor de un Dios que por amor se quedó por vosotros, para que no sintáis la soledad de Dios.
El Pan de los ángeles os hará más que los ángeles.
Vuestros cuerpos, por el alimento divino tomado en gracia, con fe y amor, se llenarán de resplandor celestial.
Y tomaréis tanta belleza… pues el ser de Dios, al estar presente en vuestro ser, os deja la hermosura de su hermosura.
El hombre debería pensar que Dios se le da con amor, y que él, al igual, debería entregarse por amor al Amor.
Porque en la cruz, al morir, morí por vuestro amor y me entregué al desprecio y al dolor pensando en los hijos de mi amor.
Y en el sacramento del Amor me entrego, aún con desamor de parte de algunos a quienes falta fe y no tienen nada de amor, y me doy completamente en amor, como me di en la cruz por vuestro amor.
En ese misterio de amor está el cuerpo, la sangre de vuestro Dios, y está la Divinidad del Salvador; y como en el Calvario, presente está el Padre en el Hijo y su Santo Espíritu.
La cruz es el madero del amor, pues en ella estuvo el Amor, y por vuestro amor murió el Amor para dar vida al hombre.
La hostia, antes de ser el Pan de vida, es como la cruz extendida, esperando tener en sí al Dios de la vida.
La piedra está presente, y sobre esa piedra está la cruz para recibir al Dios hecho cruz.
En el Calvario derramé por vosotros toda mi sangre, y ahí en el sacramento del Amor doy mi Cuerpo y Sangre en alimento al pecador, que reconciliándose con su Dios hace las veces del buen ladrón.
Mi Divinidad está en Mí.
Por lo tanto el Padre, que está en Mí, viene a vosotros.
Y el Espíritu, que estuvo en la cruz, también se hace presente en el sacramento.
Y María, que estuvo al pie de la cruz, como tomé vida en su vida, también Ella por mi vida se da a vuestras vidas.
Ahí está presente, porque es misterio de fe, la esencia de la cruz.
………. ………. ……….
Cuando recibís vosotros el Cuerpo sacrosanto del Señor, el alma irradia una luz celestial que Satanás huye despavorido y desconcertado.
Por eso odia al Sacramento de los vivos, que da vida al alma y maldice a Dios y al que comulga a Dios.
Los que recibís el Cuerpo de Dios, os hacéis más que los ángeles, pues los ángeles, mientras en vuestro cuerpo permanece la especia sin descomponerse, os rodean alabando y glorificando al Dios hecho hombre: Pan bajado del cielo, Maná del hombre, Cuerpo del Dios hecho hombre, y por deseo de Él, para ser triturado por el hombre, Pan de vida, Pan de los ángeles, Pan celestial, Pan que os llena de gloria y majestad, pues el Dios del cielo habita en vuestro ser. Pan que los ángeles aclaman: ‘Hosanna, hosanna en el cielo y en los abismos. Es el Hijo del eterno Dios.’
El demonio, cuando vosotros recibís mi Cuerpo, no os ve a vosotros, sino que en vosotros ve la imagen de la Trinidad de amor.
Vuestros cuerpos son en ese momento celestiales.
La materia sufre descomposición por los jugos gástricos, pero la esencia real permanece en vuestro interior, pues en vosotros está la Trinidad de amor.
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Los sacerdotes, cuando son ordenados, poseen una belleza tan incomparable que los ángeles de Dios se inclinan ante ellos, pues ellos en sus manos tendrán al Hijo del altísimo Dios, y ellos no pueden tocar a Dios.
Cuando portan al Portento de amor, toda la corte celestial se inclina al pasar el Cordero inmaculado.
Y ¡ay de aquel sacrílego sacramental! Más le valiera no haber nacido, pues tendrá un tormento muy semejante al de aquel que fue ángel y se convirtió en demonio.
Por eso vosotros, cuando recibís a vuestro Dios, no estás solos: os acompaña la corte celestial, pues en vosotros está la Trinidad de amor.
Misterio sublime que os hace compartir el Cuerpo sacrosanto de mi Hijo amado.
Y Yo en Él estoy consustancialmente con vosotros, y en Él está mi Santo Espíritu.
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R.- Os voy a decir: es como si bajara el Amor de la cruz. Y como os dijo Teresa: ‘El Cuerpo del Señor está en el corazón del hombre, siendo vida, y siendo alabado y glorificado’. Desciende a vosotros para resucitar con vosotros.
R.- Cuando el alma recibe dignamente el Cuerpo de mi Hijo, con su presencia el alma resucita a la gracia para resucitar en la eternidad.
Cada vez que recibís mi Cuerpo, Yo, la fuente de agua viva, os lleno de gracias inagotables, y resucitáis, muriendo al pecado y a sus concupiscencias.
-Es como prepararse el alma para la resurrección final.
Yo soy misericordia, pero la mayor parte de los que no tomaron el Cuerpo del Hijo, cuando suplicáis a Dios por su eterno descanso, están condenados.
Cada vez que tomáis de mi Cuerpo, vuestro cuerpo y alma serán gloriosos y en el cielo seréis bellísimos por el alimento celestial.
La elección de los cuatro fue hecha por la Trinidad de amor, porque veía en Uds. el amor y devoción al recibir en vuestras manos al Pan de los ángeles hecho alimento para vida del hombre.
Este mensaje os lo dije también para aquellos sacerdotes que niegan y no creen en la presencia real del Dios hecho hombre y de su Divinidad en ese gran sacramento, alimento consubstancial para el hombre.
Jueves, 11 de noviembre de 1982.
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