A Mis Sacerdotes

Blancura de azucena debe de ser tu alma y todo tu ser, pues el que es está dentro de ese altar que es tu alma. 
Cuando en las tormentas de alta mar tú me llamas con afán, Yo presuroso acudo para ser tu sostén. 
Cuando tu alma está en tinieblas por la falta de fe, Yo me hago presente para alentarte y bañarte de mi diáfana luz. 
 
Tú eres huella de Jesús. 
Tú eres y serás siempre semblanza viva de mi cruz. 
Tú eres sacerdote eterno por designio del Eterno. 
Tú eres vida de vida si tu vida está en mi vida. 
 
Tú todo en Mí, y el Dios sempiterno sostenido por ti. 
Yo, la vid, dándome cada instante a ti. 
 
Cuando la vocación se apareció ante tu verdad, Yo, el Dios fuego vivo, impulsé a tu alma para que siguiera al Dios Trinidad, ahuyentando de ti toda duda que pudiera engañarte y alejarte del llamado al Amor. 
Como niño en mi regazo Yo alimenté tu vivir y, buscándote, por siempre te entregué mi inmenso amor. 
 
Eres fuente inagotable de mis gracias y dones. 
Eres alimento para el hombre. 
Das tu vida para el hombre, y desgastas tu vida para darte todo al hombre por amor al Dios que te eligió y en su seno te acogió. 
 
Que tu vida ya en mi vida deje huella de amor. 
Que ese tu deseo de amor sea para que el Eterno sea tu único y verdadero amor. 
Tú, viviendo tras la huella del Eterno, serás siempre alma de verdad y santidad. 
 
Dame, sacerdote eterno, tu voluntad para que mi voluntad sea la fuerza unitiva al Padre, al Hijo y al Santo Espíritu. 
Que tu oración sea plena, viviendo siempre y en todo momento en comunión con Aquel que te sostiene con hálito de vida, para que tú con tu vida sostengas a Aquel que es la vida. 
 
El sacerdocio es para que mi Iglesia sea fecunda, para que lo estéril en mis almas se haga vida. 
El sacerdote, a imitación de Cristo que siempre habló con verdad del Dios Padre que es verdad, deberá de dejar su verdad, para que la verdad del Padre sea siempre su verdad; y, dejando el destello de la verdad, vaya por el sendero de este destierro dejando en jirones la sangre de su entrega, por el Dios de verdad. Y su huella dará frutos de vida, pues el Amado es para él su sola vida. 
 
Alma sacerdotal, purifícate antes de subir al altar del Señor, renueva tu entrega, dame tu fe, y da al hombre el Cristo que es verdad y santidad. 
 
Que cuando en el Calvario de tu vivir digas al Padre: ‘si es posible pasa de mí este dolor, pero no se haga mi voluntad, sino la del Eterno’, unifiques toda tu voluntad a la del Dios eterno. 
 
Que seas el sembrador de hermosas flores para el edén eterno. 
Que tú con tu humildad dejes al hombre pensar: ‘él es sacerdote eterno’. 
Que tu caridad sea la continuación de la dinastía del Cristo vivo y siempre presente en mi Iglesia. 
Que tu amor traspase tu alma y dé a mis almas el deseo de ser en verdad santas para la Verdad. 
Que tus actos sean siempre en presencia de aquel Dios que está presente en todos tus momentos. 
Que tu oblación sea continua, y esa oblación sea renovada en el altar de la oblación trinitaria. 
Que el Pan de vida que guía tu vida sea fecundo en tu ser, para que seas siempre semilla fecunda en las almas. 
Que mi sangre, unida a tu sangre, revele en ti el misterio de un Dios que te envuelve en amor a ti. 
Que tu palabra en mi palabra dé la luz de mi luz a toda alma. 
 
Que al administrar los sacramentos –que son fuentes de verdad y que llenan a toda alma de dones que proceden de mi verdad- los administres con amor filial, con entrega de amor, con deseo de fe en el Amor, con infusión de amor, y con la inspiración de tu deseo de hacerlo con amor. 
 
Que tu oración sea comunitaria. 
Que tu oración sea personal. 
Que tu oración verdadera sea el vivir tras la huella del Cristo redentor. 
 
Que en la oscuridad de tu fe Yo sea la luz. 
Que en tu verdad sea la luz de mi verdad la que te bañe en verdad. 
Que en tus miserias acudas a la fuente inagotable de mi misericordioso corazón. 
Que en tu sufrir tu espíritu ponga ese sufrir en Aquel crucificado por ti. 
 
Que en tus agonías espirituales acudas al arca abierta al Amor, que es María, la Madre de tu Amor. 
Que tu mirar sea siempre para alabar a la Trinidad. 
Que tu reír sea en Dios. 
Que tu hablar sea siempre para ser alabanza viva del eterno. 
 
Que en tus pesares vea el hombre tu transfiguración en el Amado. 
Que tus fatigas sean por amor al eterno Amor. 
Que tus incomprensiones por las almas sean el altar para el Amor. 
Que en todo instante tu alma se unifique a Aquel que te llamó por amor. 
Que siempre la huella que dejes en este mundo sea la marca del amor por amor al que a ti se entregó por amor. 
 
Que cuando sientas el calor de mi amor digas con amor: ‘Bendito seas, Rey eterno, pues sólo Tú eres el dador del amor’. 
Que todos tus impulsos sean para la exaltación de Aquel que es camino y vida, y que a cada instante te da como regalo el agua viva. 
Que tu santidad sea siempre, siempre y por siempre, y para el Dios que está contigo siempre. 
 
Tú, sacerdote en Mí, y el Eterno Sacerdote abajándose en todo instante a ti. 
 
Que tú seas el altar vivo donde la Hostia viva repose y sea amada y ensalzada. 
Que el Espíritu de vida dé a tu vida la gracia de vivir en el Dios de la vida. 
Y que el Padre ante tu altar, al dejar en ti al Hijo de su amor, se complazca ante tu amor y lealtad. 
 
Que toda alma sacerdotal sea un alma pura, un alma sedienta de mis almas, un alma unida al Dios de verdad, un alma deseosa de ser purificada, para ser llama de amor para el Dios Trinidad de amor, un alma que en la cima del amor abra su corazón al Amor, un alma de vuelo hacia lo eterno, un alma de sed de Dios, un alma transfigurada para el Amor, un alma llena de la fuerza del Amor, para que el mundo se convierta al Amor, un alma, cuyo vivir sea deseando las cosas del Padre, para que mi Padre sea glorificado, un alma de esperanza en el Amor, un alma de oración continua, un alma infatigable en ser imitación del Cristo vivo, un alma silenciosa, para que el Dios verdadero le hable de su amor a su alma, un alma eclesial, un alma perseverante en el bien, un alma que aspire al Dios que a ella se entrega como Hostia de amor, un alma que, siendo alabanza del Eterno, venga a gozar del Dios eterno, un alma que hable al hombre de amor, de vida y de santidad con actos de amor y verdad, un alma dócil al llamado, un alma que crezca en virtud y santidad tras la Verdad. 
 
Yo soy la verdad. 
Yo soy el Dios sempiterno que, siendo eterno, te elegí para ser sacerdote eterno. 
 
¡Almas sacerdotales! 
¡Almas, vasos de elección! 
Dadme vuestro corazón. 
Dadme vuestro amor. 
Dadme vuestro todo, pues Yo a vosotros me doy todo. 
 
Ahí tenéis al modelo perfecto de entrega; ahí tenéis a la Azucena inmaculada, a la que es Madre de Dios y de mi Iglesia; ahí tenéis a la que abrió su ser a la Verdad; ahí tenéis a una Madre en verdad, que, con su ejemplo y amor maternal, os llevará al Amor, que es verdad. 
 
La Iglesia sois todos, y como Iglesia debéis amar al que lo es todo. 
 
Sacerdotes, no debéis herir el corazón del Dios inmaculado, pues por vuestras infidelidades sacerdotales herís el corazón del Amado. 
Sacerdotes, tened sed de amor, pero que esa sed sea para el Amor. 
Sacerdotes, aquí esta el amigo verdadero, el eterno amigo, el que es fiel con el amigo, y que se dio todo para se vuestro amigo. 
Sacerdotes, ved si hay mejor amigo que aquel Dios amigo que se dio todo por ser amor y verdad ante el amigo. 
 
Vivid en la verdad. 
Sed luz de mi verdad. 
Sed almas fieles en verdad por amor al Dios verdad. 
Sed almas santas en verdad, que Yo, la verdad, os he llenado en verdad de mi verdad. 
Sed almas unificadas al Amado, pues Yo, el Amado, siempre estoy con vosotros hasta la consumación de los siglos. 
 
El alma que me ama en verdad, siendo uno con la verdad, Yo en esa alma actúo en verdad, dándole a conocer toda la verdad, para llevarla a la eterna morada, donde todo es verdad; pues el Dios de verdad se manifestará con toda su verdad, con su esplendor y omnipotencia. 
 
Caminad ante el dolor con gozo. 
Iluminad este mundo con vuestra dádiva personal al Amado. 
Sed santos por el Amado. 
Humildad, sacerdotes, os pido. 
Santidad os exijo. 
Entrega deseo de vuestro corazón. 
Transformación personal, en unión de mi Santo Espíritu. 
Sed agua viva en mi Iglesia. 
 
Que vuestro ser sea el reflejo del Dios que ante vosotros ofrece al hombre al Hijo de mi amor. 
Vosotros seréis responsables de la aceptación de mis gracias y de que aceptéis derramar sobre mi rebaño todas mis gracias. 
 
Que cese en vosotros esa contaminación que se está infiltrando en el corazón sacerdotal de vanidad, de deseo de ser para aparecer, de deseo de mundo, de deseo de ser impuros, cuando Yo, el puro, me entregué a vosotros en aquel momento de unción. 
 
Orad. 
El mundo se renovará si vosotros oráis al Padre e invocáis al Santo Espíritu. 
No dejéis lo espiritual por lo material; lo material se destruye, y lo espiritual crece para que seáis como trigo de vida, dando el alimento de vuestra vida a las almas para que ellas vuelvan al Dios de la vida. 
 
 
Sábado Santo. 
2 de abril de 1983. 

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