El Señor me dijo: “Yo soy la maravilla eterna”.
. . .
Después de comulgar, al estar dando gracias pidiendo el auxilio del cielo para todas las almas que se están ayudando, el Señor me habló de esta manera:
“Ven, amada mía; reposa en tu Dios que te ama.
Ven que tú eres como una flor que perfuma mi edén.
Yo soy tu Padre que te ama.
En ti me complazco.
Ven a Mí, que Yo, el Dios Padre, pienso en ti y te cubro de besos”.
Yo, como asustada ante la presencia del Padre, no sabía qué actitud tomar, si de veneración o de un profundo respeto. El Padre era tan dulce en sus palabras llenas de ternura para mí. Había momentos en que su amor me hacía sentir tan pequeña y desvalida por todas mis grandes imperfecciones e infidelidad y a la vez sin vanidad ni vanagloria tan grande e importante para un Dios tan rico y sabio e inmensamente poderoso. Lo único que yo repetía al Padre era: ‘yo soy tan pobre y tan miserable e insignificante que tus palabras son mucho para mí que sólo he recibido desamor y desprecio. El Padre me contestó:
“No digas eso. Tú eres mi amada, mi predilecta, la flor más bella de mi edén, y, por lo tanto, no puedes ser miserable, ya que tu Dios Padre te crio a su imagen y semejanza, y lo que Dios ha creado es en todo perfecto.
Pero el hombre, por su maldad, ha desfigurado lo creado por su Dios, y lo bello ha transformado en iniquidad.
Ven, paloma mía, que tu Dios te ama tanto…
Ven, que estos mis brazos quieren protegerte de cualquier asechanza que quiera destruirte.
¡Yo tengo tanto que darte y tú que recibir!
Abandónate al Padre que sólo el bien desea para ti.
Mira que todo lo creado por Mí es para el bienestar del hombre.
Alábame.
Que mi nombre sea siempre glorificado.
Que mi imagen no sea olvidada.
Vuela hacia Mí, que Yo sabré amarte”.
Yo le contestaba: aumenta mi amor. Yo te ofrezco todo cuanto tengo y soy, pero aumenta más mi fe y amor. Yo te amo, pero es tan poco mi amor comparado con el tuyo. El Dios amor me seguía diciendo que Él me buscaba y que yo a cada instante le diera honor y gloria. Después con infinito amor y ternura me decía:
¡Oh, … del Padre! Del Padre… -repetía con mucho amor varias veces.
Amada, mira mi amor.
El amor que tu verdadero Padre tiene para ti, acéptalo.”
Yo soy el Padre.
Yo soy el Hijo y el Espíritu Santo.
Antes de la venida del Hijo, el hombre sólo conocía al Dios Padre. Pero también existían el Dios Hijo y el Dios Espíritu Santo.
Soy el Padre, no lo olvides.
Eres también de mi Hijo que es el tesoro más grande que poseo, y también eres de mi Espíritu, amada y siempre guiada por Él, porque por medio de mi Espíritu transmito a mis almas mi amor y mis deseos.
Después me indicó:
“Cuidad de mis almas.
Consoladlas.
Dadles con vuestro amor mi amor.
Las deposito bajo vuestro cuidado. No descuidéis de ellas.
Deseo que al orar, la primera súplica sea dedicada a Mí.
Vuestro espíritu se eleve con oración profunda y recogida, suplicante y confiada.
Yo atenderé vuestra súplica y me apiadaré de ella y aliviaré el sufrir de mis almas.
No lo olvidéis: Yo soy el dador de todo bien.
Soy la misma misericordia.
Soy alivio para el dolor y renovación de toda imperfección.
Soy la paz y la salud, el amor en plenitud.
Yo crie al hombre deseándole la completa felicidad, pero el hombre la despreció.
Después envié a mi muy amado Hijo para salvación del hombre y el mismo hombre lo mató y desconoció al verdadero Dios.
Yo por mi infinita misericordia entregaré vuestras súplicas al corazón de mi Hijo, para que Él sea vuestro consuelo y Él sea el intercesor.
También por el eterno amor que os tengo por medio de mi Espíritu os guiará e iluminaré a que cumpláis mi deseo, y derramaré infinitas gracias.
Y así, unidos por el amor, siendo un solo Dios único y verdadero, pondré en vuestras manos todos mis dones y por vuestro conducto, derramaremos en mis almas la paz y el alivio.
Hacedlos confiados en mi gran poder.
Pedidle todo con confianza y con verdadera fe.
Que vuestras súplicas sean siempre con amor.
Y Yo, vuestro Dios creador, me complaceré y aceptaré vuestras súplicas y vuestro amor.
Mis almas necesitan renovarse en su espíritu, para que después de esta transformación, mi Espíritu descienda a ellas en plenitud, y todo se complementare al ser sanadas interior y exteriormente.
El Señor me indicó que dentro de poco la Casa del Padre iba a abrirse para sus almas.
“Ahí serán sanadas y liberadas.
Dadles vosotros el consuelo y vuestra mayor atención.
Son mías y deben ser amparadas.”
Cuando estábamos orando por …, el Señor me dijo:
“Mira, hija mía, mi Obra ya ha comenzado.
Sigue fiel a ella.
Aunque muchos la rechacen, tú sigue fiel adelante.
No permitas que mi deseo no se cumpla.”
1 de julio de 1981.
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