Cuando el óvulo y espermatozoide se unen se fecunda la mujer que, siendo momentos antes estéril, en segundos es fértil. Ahí, como un soplo de vida, comienza una nueva vida. 
 
El cuerpo no es lo mismo que el alma, aunque cuerpo y alma estén unidos. 
El alma existe antes que el cuerpo esté totalmente formado, ya que el alma es creada por Dios en el óvulo, en el instante de la concepción. 
El espermatozoide corre como un relámpago y penetra en el óvulo; y ahí, como el abrir de la aurora, comienza a existir una nueva alma, para gloria de Dios, o para apartarse de su Dios, en el momento de su muerte, según haya sido su vida: en Dios o sin Dios. 
 
Por eso, madres de mis hijos, hablad ya a vuestros hijos de su Dios ahí en vuestro vientre maternal, siendo orantes, siendo sacrificadas, y leyendo libros que llenen vuestro espíritu de Dios. 
Y vosotros seréis canales de vida espiritual en este período de gestación. 
No penséis como aquel que dijo con ironía: “¿extendía sus manitas…?” 
 
Con esto os confirmo que ahí, en vuestro vientre, comienza la escuela del bien o del mal. 
 
Una madre fecunda engendra un ser que puede ser un santo, o engendra a un ser limitado para su Dios. 
 
La madre es la maestra espiritual de su hijo. 
Así como el Cordero de Dios invade el alma y el cuerpo con el pan de vida, así la madre transmitirá al ser de su hijo lo que su ser destile. 
 
La madre en su gestación deberá aprender a amar y a perdonar para trasmitir al ser de su ser la vida de amor y de perdón. 
Y si se alimenta del Cuerpo que da vida, transmitirá mi vida a la vida de aquel ser. 
 
La madre es transmisora directa de vida si en su vida recibe continuamente al Dios de la vida; y esa madre transmite a aquel ser que lleva en su vientre la vida espiritual que da paz y que la lleva a Dios. 
 
Esa madre da alimentación a su hijo para que viva. 
Y si esa madre es espiritual, si tiene paz, y si es toda dulzura, está alimentando como en dos canales a aquel ser: le está dando vida física, y, a la vez, le transmite su vida en Dios. 
Y es tan real y firme lo que os digo que en el ser ya nacido aparecen muchas enfermedades psicológicas que son producidas por las impresiones recibidas en el tiempo de la gestación. 
Y si no se preocupa el padre o la madre de educar con precisión a aquel ser, con el tiempo se comienza a esclarecer el daño que su hijo recibió en el vientre. 
 
Por ejemplo os diré: cuando vosotros queréis plantar una planta, preparáis la tierra, buscáis el lugar adecuado para que aquella planta esté bien durante su nacimiento, fertilizáis la tierra y después plantáis la planta que deseáis. 
La cuidáis con esmero y solicitud. Si le daña el rayo del sol, la cambiáis para que no muera. 
Si a otra no le gusta la humedad, le dais poco agua. 
Y si a alguna le gusta el sol, la cambiáis al sol. 
 
Haced así con vuestros hijos: id viendo qué es lo que le daña y cambiadle de lugar y ponedle en el lugar adecuado, siempre bajo la mirada de Dios. 
Cultivad a vuestros hijos para Dios. 
Regad las plantas que Yo, vuestro Dios, os he encomendado. 
Me refiero a los sacerdotes en su misión y a los padres en la suya. 
Velad y orad por vuestros hijos naturales (padres) o adoptivos (sacerdotes). 
Y sed jardineros llenos del Espíritu de Dios, para hacer crecer y florecer toda alma. 
 
La madre –como os he dicho simbólicamente en lo anterior- es el campo donde se siembra y crece la vida. 
 
En ella la tierra es su vientre. 
La maceta es todo su ser. 
Ella prepara la tierra con la entrega total a su esposo, y con el mutuo amor fertiliza la tierra. 
Y el hombre, dotado por Dios, hace fecunda la tierra preparada por el amor. 
 
 
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Antes del bautismo existe ya el alma; pero esa alma se purifica y clarifica en Dios con el agua purificadora del bautismo. 
El alma en el bautismo toma vida de mi vida, y se unifica en la Iglesia militante y comienza su caminar hacia el Padre y de su docilidad a su Santo Espíritu depende su progreso espiritual o su destrucción para siempre. 
 
 
29 de octubre de 1982.