Yo Soy tu Padre

Yo, tu Padre, te bendigo. 
No temas a nada. 
Confía en Mí. Yo te alimentaré. 
Ven a Mí, esposa amada. Yo soy tu Padre que no te abandonaré. 
Reposa en Mí. 
Ámame. 
Yo soy el Eterno. 
Glorifícame. 
Mi amor es como la miel. Escucha bien: ‘dulce como la miel’. Y me repetía muchas veces. 
 
Quiero decirte algo. Escucha con atención. 
Quiero depositar en tu corazón el Corazón que te ama. 
Acéptalo. Acéptalo. Es de mi muy amado Hijo. 
Tómalo. Abrázate a Él. 
Colma su sed, que es la mía, con tu generosidad y amor. 
Sé pura como la nieve. 
No ofendas a ese tu Querer.” 
 
Señor –le dije- yo tan pobre y tan pecadora… 
Por vez primera sentí la mano de Dios Padre sobre mi cabeza. 
 
“Renuévate, para que seas el alma que tu Dios desea.” 
 
Señor –yo le dije- si así me aceptas, perdona mis muchos pecados. Ayúdame a ser fiel a tus deseos. Ten compasión de mi miseria. Aumenta mi fe. Si Tú me amas como soy, ¿cómo he de despreciar tu amor y el corazón que Tú me entregas de tu Santísimo Hijo? 
Aumenta mi fe y dame el deseo de ser cada día como Tú deseas. Dame fuerza de voluntad para cada día ser mejor y superar todas mis infidelidades y ser alma auténtica en mi fe y caridad. Me dijo: 
 
“Abre tu boca. Bebe de esta agua que te daré.” 
 
No comprendía el significado, pero Dios Padre insistía en darme de esa agua: 
 
“Para que tu boca quede sellada y pronuncie sólo las palabras que tu Dios desea. 
No quiero palabras inútiles. 
Pronuncia palabras que lleven a la verdad. 
Yo soy el agua que purifica y santifica. 
Ven a Mí. 
Yo soy fuente inagotable de luz y verdad. 
Soy agua que quita la sed del hombre. 
Sáciate de Mí.” 
 
Después el Hijo me dijo que agradecía la aceptación de su corazón que deseaba vivir cerca del mío: 
 
“Ven, caminemos en este cielo de mi amor. 
Huyamos del mundo y penetremos en la verdad. 
No temas, que soy un Dios fiel y amoroso. 
Sé fiel a mi amor”. 
 
Y así lo hice. Sentí un calor como en tantas ocasiones y me entregué a mi Dios. 
 
“Mira que mi amor corre como el agua de los mares en todo tu ser. 
Yo vine al mundo de incógnito para las almas soberbias y conocido para las humildes. 
Recuerda mi nacimiento y mi muerte. 
¡Gracias, esposa mía por amarme!” 
 
Yo le dije es tan poco lo que te amo. Necesito ser más amante de ti. Ayúdame, Dios mío, a amarte. 
 
“Mira que te amo. 
Yo soy la luz, el amor, y la llama del Eterno. 
Ámame, que Yo estoy ardiendo de amor por las almas. 
Acéptame por las que me desprecian y búscame por los que me niegan. 
Deja que more en plenitud. 
Déjame que te ame. 
No obstaculices todos los deseos que Dios Padre quiere cumplir en ti. 
Abandónate a Mí. 
Yo soy tu paz y seré tu luz. 
Ámame.” 
 
El Padre me hizo entender cómo su Espíritu, al comienzo del mundo, vagaba deseoso de transmitir sus deseos, hasta que creó al hombre con el cual se comunicaba y le entregaba sus deseos y su amor. 
El hombre no comprendió el gran amor de su Dios y lo traicionó. Pero el amor triunfa. Y mi Espíritu buscaba con insistencia almas que le escuchasen y las llamaba en soledad, y ahí expresaba mis deseos, y mi voz era atendida. 
 
“Mi amor es como la brisa y suave como el amanecer. 
¡Gracias por darme gloria –lo dijo por la novena. 
Mi amor es tan grande como la longitud de Dios. 
 
El Señor me indicó cómo en Estados Unidos fue la iniciación de su Obra. 
Pero su gran deseo era que la cuna de esta Obra fuera la tierra donde se ama tanto a María. 
 
 
2 de julio de 1981.  

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