Estaba un acólito caminando y adorando al pasar al Santísimo Sacramento, y me dice:
“¿Ves cómo camina el hombre?
Todos los pasos los debe encaminar a Mí para alcanzar la vida eterna.
Y el hombre debe constantemente adorar al único Dios.
Dios Padre me dijo: “No olvides leer a Juan de la Cruz”.
Después de un breve momento, oyendo la misma voz, pero como ya lo he mencionado en otras ocasiones, aun siendo la misma voz la experiencia que crea en el alma cada una de las divinas Personas es diferente. El amor es el mismo, pero el alma reconoce la presencia de cada una de ellas. El Hijo me saludó diciéndome:
“Te saludo con amor.
Ven a Mí, que te amo.
Yo soy tu verdadero amor, el único y eterno.
Deja que tu corazón sea un sagrario donde mi corazón reciba amor y desagravio.
Mira que este corazón sólo recibe el olvido del hombre.
Necesito tener un corazón que me ame y donde Yo deposite la esencia de mi amor.
Tengo sed de consuelo y de ser amado.
No tengo dónde descansar.
No me olvides tú, ni me rechaces. ¡Sufriría tanto si lo hicieses…!
Ora más.
Menos palabras para el hombre.
Soledad para tu Dios y deseo de más unión para unirnos en amor.
Mira, el reír de un niño es reflejo de mi ternura.
El correr del agua y los mares son reflejo de la verdadera agua que da vida, que brota de mi corazón.
Contempla la tierra que os he dado para la subsistencia del hombre: es reflejo del amor que Dios tiene al hombre.
Pon atención a lo que deseo decirte:
‘A las almas que vengan a vosotros, atiéndelas con amor de madre, como Yo te doy ejemplo. Escúchalas con caridad, pensando en Mí. Recuerda que son mías. Las confío a vosotros, para que en mi nombre aliviéis su dolor y las acerquéis al único y verdadero Dios”.
Estando escuchando con amor lo que el Señor me decía y diciéndole: ‘Señor, Tú sabes que mi deseo es amarte y servirte, pero aumenta mi fe. No quiero ofenderte. Te entrego todo cuando soy y tengo, que es tan poco. Quiero amarte por los que no te aman. Toma mi corazón. Aquí puedes estar, si es tu deseo. Es tan pobre, pero aun así te lo entrego. Te amo, Señor mío, y perdóname porque te he ofendido tanto. El Señor me dijo:
“Tú sabes que el pasado está olvidado.
Toma mi corona de espinas que hieren mis sienes.
Los hombres la han puesto en Mí con sus malos pensamientos y deseos, que no son los deseos de mi Padre.
También te doy el manto que mi Madre tejió para Mí con tanto amor y que en aquella cárcel fue despreciado y pisoteado y que tantas almas siguen despreciando.
Toma m cetro, el cual el hombre ha puesto en mis manos cada vez que se burlan de Mí por la falta de fe y desprecian mis gracias.
Limpia con tu amor la sangre que mana y corre por mi cuerpo, que es ocasionada por la falta de correspondencia de mis almas consagradas a mi amor.
Camina conmigo al Calvario.
Ayúdame con mi cruz y ponte tú en esa cruz para ser crucificada por las almas que, haciendo votos de pureza, pisotean ese voto y viven en la impureza sin importarles el volverme a crucificar.”
Tuve un poco de temor de contestar al Señor por el miedo que tengo al sufrimiento y por no poder ser fiel a lo que el Señor me estaba pidiendo y le dije: Señor, Tú me conoces. Desconfío de mí, pero no de ti que podrás ayudarme a cumplir con tus deseos. Acepto lo que me pides, pero Tú, ayúdame a cumplirlo. Te amo. ¡Gracias por tu inmenso amor que no merezco! El Señor agradecido me siguió amándome y yo entregándome a Él, aunque soy tan mala y miserable.
Oía y seguía escuchando todas las palabras dichas por el Señor, que me encendían en más amor y deseos de más entrega. De pronto, escuchando la misma voz, se dejó sentir la presencia del Dios Espíritu Santo que me saludaba:
“Salve, esposa mía tan amada.
Tú eres mi transformación.
Deja que mi luz penetre hasta el fondo de tu ser.
Déjame trabajar en tu alma.
Deseo ayudarte a quitar toda imperfección.
Invócame.
Yo deseo ser tu luz para que tu entendimiento iluminado con la luz divina haga la voluntad del Padre que te ama desde la eternidad.
Yo seré, si lo aceptas, el que te inspire.
Sé dócil a mi llamado, sumisa y obediente para ser fiel a mis inspiraciones.
Empobrécete y aléjate de las cosas que el mundo pueda y quiera ofrecerte, para que Yo llene tu alma de la verdadera riqueza que sólo tu Dios puede darte.
Ámame, que Yo, llama permanente de amor, amándote estoy.
Yo no soy como el fuego de la tierra que puede ser extinguido.
Mi amor, que es fuego, no se consume.
Deseo tu amor plenamente.
Mira que Yo ardiendo de amor estoy por ti.
Estando frente al Santísimo Sacramento, deseosa de estar cerca de Él, le dije: ‘Señor, cómo deseaba tenerte cerca de mí’, y el Señor me contestó:
“Yo también lo deseo, pero algunas veces deseo oír palabras que sean dirigidas sólo a Mí; pero me olvidas y eso entristece mi corazón que siempre está pendiente del tuyo.”
3 de julio de 1981.
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