Estando en un pequeño retiro espiritual, el Señor me dijo: 
 
“Escucha con atención lo que se va a hablar de Mí y asimílalo en tu corazón para que aumentes más tu amor hacia Mí, porque del conocimiento aumentará más tu amor.” 
 
Y así lo hice con el deseo de conocer más de Dios y aprender más de su doctrina. 
El Padre nos habló de la semejanza del hombre a Dios. 
 
“El hombre que siempre ve con los ojos del cuerpo todo lo exterior y no esconde esos ojos para ver su interior nunca podrá descubrir a su Dios.” 
 
El Señor exclamaba con alegría y decía: 
 
“¡Oh, mi Teresa! Ella era mi preferida. ¡Me daba tanto amor! 
Su corazón era una zarza ardiente.” 
 
Me refirió también cómo la alegría de la Santa Madre hacía feliz su corazón. 
 
“Su entrega y abandono a mi voluntad era el reflejo de mi abandono y entrega de mi voluntad y todo mi ser a la voluntad de mi Padre. 
Su amor era tan ardiente y sincero que en él saciaba mi sed de amor.” 
 
Le pregunté al Señor: ¿Y por qué Tú varias veces me has dicho Teresa? ¿Por qué, Señor? El Señor me contestó: 
 
“Porque eres mi preferida.” 
Entonces yo le contesté: Señor, perdona mis muchos pecados. Ten compasión de ellos. Yo soy tan malvada y son tantas mis infidelidades… Y el Señor me dijo: 
 
“Recuerda que Yo ya olvidé tu pasado”. 
 
A lo cual yo exclamé: Señor, te amo. Tú eres mi gloria. 
Ante esa palabra el Señor se llenó de contento y me dijo: 
 
“¿Ves por qué te amo? 
Ven a Mí, amada, y reposa aquí en tu Dios que te ama. 
¡Cuánto gozo siento por ti! 
Yo soy el Padre que te desea. 
Quiero que me pidas lo que desees.” 
 
Y yo le digo: Padre, la salvación de mis padres y hermanos, tu amor por toda la vida y en la eternidad y que mi amor hacia ti persevere en el sufrimiento y sea fiel en lo adverso, y que en mi corazón crezca más mi amor para ti. 
 
El Dios Padre, con amor y generosidad, mi hizo sentir que mi deseo se cumplirá. Su alegría no pasaba para mí desapercibida. Mi Dios me amaba y yo a Él. 
 
 
3 de julio de 1981.