Después de comulgar, de rodillas, en acción de gracias frente al Cristo del perdón, comenté interiormente ante la imagen que es bastante alta para mi estatura: ‘Señor, ¡qué grande estás! –El Señor me contestó:
“Soy mucho más grande de lo que tú crees y supones.
Esa es una imagen que solamente recuerda mi Pasión.
Pero siempre debes saber y convencerte que soy un Dios infinitamente grande y que soy Dios vivo, que vive en ti y al cuál debes amar y alabar.”
. . .
Toda imperfección aparta al hombre de Mí.
Los ruidos del alma son como saetas que me hieren, porque en el silencio es donde Yo hablo al alma en perfecta unión.
Vive, pues, como inadvertida.
No tientes al Espíritu de tu Dios; tu espíritu será menos consistente a cualquier perturbación que proviene del exterior y siempre podrá sucumbir y ser destrozada, -no lo olvides.
Yo soy el Espíritu del Padre que, entristecido, clamo a ti para que me aceptes y seas fiel a mis deseos.
Vive en fidelidad, en oración suplicante, en entrega completa.
Enriquece tu espíritu aumentando tu fidelidad y amor.
Lee cosas que sosieguen tu espíritu y lo enriquezca.
Sé alma sosegada.
No cubras mi voz con ruidos del mundo.
Vosotros no sois para el mundo.
Dile a … que te advierta con fraternal caridad lo que ocasionan al alma las imperfecciones, el estado de muerte en que está cuando escucha mi voz y la desoye.
El clamor del Padre hacia vosotros es de amor y entrega.
La súplica del Hijo es unión y mayor perfección.
La voz del Espíritu del Padre os repite: ‘Sed santos. Sed como el agua clara sin contaminación ninguna. Vivid en fidelidad y docilidad’.
29 de marzo de 1982.
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