Le dije: “Señor, aumenta mi fe”. Y Él me contestó:
“Tú trabaja para el aumento de esa fe, porque por medio de esa fe me conocerás, y hablarás a los demás de Mí, y podrás hacer cosas que Yo deseo y que no se han podido realizar por tu falta de fe”.
Entonces yo le dije:
“Señor, aquí estoy, y quiero amarte y quiero pensar en Ti, pero este mundo me envuelve y todas las situaciones me apartan de Ti, y me enloquecen, y me hacen dudar de Ti, y me hacen sentir que no soy lo que Tú me dices que soy para Ti.
Pero yo quiero amarte y quiero decirte que no te apartes de mí, y que no me dejes sola, y que me indiques en qué consiste la entrega, porque yo soy muy poca cosa para entregarme a Ti. Y no sé…; a veces no tengo deseos de esa entrega; pero, sin embargo, quiero amarte y tengo el deseo de amarte. Pero enséñame a amarte; yo no sé cómo, porque mi corazón no está acostumbrado al amor y quiero que Tú me enseñes –le dije-, porque yo no sé cómo hacerlo.
A veces mi corazón parece un hielo del cual no sale nada, pero, aun así, te he dicho:
Te ofrezco todo lo que soy, como soy, y te ofrezco esta heladez de mi alma y de mi espíritu, esa pesadez de mi cuerpo que no quiere entregarse a Ti, y que siente hastío y siente desaliento profundo que no la deja desatar todas las ataduras que la tienen aquí atada a la tierra. Pero Tú sabes que te amo, mi Dios, aunque no te veo –le dije.”
Y por la tarde me explicó Él, pues yo le decía: Te digo que no te veo, pero sé que estás aquí. Y entonces me dijo:
¡Qué alegría me da el escucharte!, porque cuando me dices: ‘te amo’, toda te entregas a Mí, me arrebatas y arrebatas mi corazón, que se entrega todo a ti.
Me quedé como asustada, porque era tan poquito lo que le decía, y le dije: “¿Cómo te consuelas con tan poco, y cómo te hago feliz con esta desabridez con que te digo?”
Y Él me contestó:
“Si conocieras la humildad de mi corazón y la sed de amor y la llama encendida en fuego, que envuelve mi corazón para entregarse a ti… Si vieras al que lo suplica y al que te lo pide…”
No sé… Me sentí mal. Dijo:
Predicad mi Evangelio con vuestras obras.
No os defraudaré: de eso me encargo Yo.
Necesito almas silenciosas, que me glorifiquen, almas penitentes, que expíen lo pecados del mundo y los propios, almas deseosas de ser amadas y de amar, almas de alta contemplación y de amor virgen hacia los demás, almas orantes, almas desasosegadas por Mí.
Aunque nadie te ame, recuerda que en mi corazón, muy dentro, estás tú; y Yo te amo con amor eterno. Pienso en ti, me complazco en ti y deseo tu amor.
Bienaventurado el que no se apegue a las cosas del mundo y muera ante él por amor a su Dios.
5 de mayo de 1981.
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