La sonrisa en amor es la perfecta alabanza a tu Dios.
Sonreír es dar de lo que a ti te dan.
Hay alegrías superfluas por conveniencia personal.
Hay alegrías malsanas originadas por el enemigo vuestro.
Hay alegrías piadosas, llenas de caridad; y esas sonrisas son anclas de vida para dar vida y llevar al alma al Dios que es todo vida.
Hay alegrías en el sonreír de un niño. Esa es la más perfecta sonrisa, porque el niño sonríe de lo que le sale de dentro de su ser.
Hay sonrisas de amistad, que para atraer al amigo te vales de una sonrisa.
Hay sonrisas de amor maternal que dan al hijo deseo de amar.
Hay sonrisas estratégicas que en lugar de mejorar los espíritus, los llevan a las tinieblas.
Hay sonrisas diabólicas, inspiradas para el mal; por ej.: aquel sujeto que sonríe para perder un alma.
Hay sonrisas de deseo que son al igual que las diabólicas.
Hay sonrisas de frialdad, que causan enemistad.
Hay sonrisas ante una verdad, que llenan al alma de paz.
Pero la sonrisa de Dios es aquella que deja paz y deseo de amor, y por el amor deseo de perfección, para alabar y amar al Dios que sonríe al alma y la embelesa con su sonreír.
El Hijo sonrió, pues Yo soy un solo Dios.
Y si el Espíritu es sonrisa del alma, por consiguiente Cristo era sonriente para las almas.
Su sonrisa era celestial; pero como hombre, así como comía o dormía, así también sonreía.
Por eso os digo: no sonriáis como los paganos, imitándoles hasta la sonrisa.
Cuando sonriáis, hacedlo no por vuestro bien, sino haciendo el bien e imitando a aquel Dios, Verbo encarnado, que sonreía dejando en su sonrisa el misterio de su encarnación por amor a vosotros.
Sonreír no es falta de disciplina.
Sonreír es ser auténticos en verdad, gozándoos de la gracia habitual y manifestando al mundo los movimientos interiores de mi Santo Espíritu que sonríe al alma, al acariciarla en coloquio de amor.
Cristo, el Amado del Padre, siendo niño infante sonreía a Aquella que era su amor, y a todos sus seguidores; y aún a sus enemigos sonreía, para manifestar la gloria de Dios.
Lo mismo, carísimos hijos míos, os diré:
Abrazaos en amor y sonreíd con amor, dando amor por amor a Aquel que sonrió al hombre para darle confianza y amor.
23 de diciembre de 1982.
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