Sexta Morada

Todo el día lo pasé deseando a mi Dios, haciendo actos de amor y ofreciéndole todo cuanto soy y dando ‘‘gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo’. Mi alma deseaba el silencio y parecía ser arrebatada por ese Ser amante y misterioso que desea ser amado y amar. 
 
Durante la misa se acercó a mí una buena amiga y con fuerza contestaba a sus preguntas. Digo con fuerza, porque parecía que uno no iba a poder hacerlo, ya que una fuerza sobre toda fuerza me inquietaba a estar sosegada y a encerrarme dentro de mí. 
 
Durante la misa le repetía a mi Dios: ‘Dios mío creo en ti, espero en ti, te amo. Gracias por tu amor. Después de recibirlo sacramentalmente fue más fuerte lo que interiormente sentía. Me parecía que me estaba quemando toda y ese incendio se hacía sentir también en mi cuerpo, pero no causaba daño físico. A veces parecíame que mis huesos estaban como entumidos y esto causaba un leve dolor. Era tanto mi deseo de amar a mi Dios que mi ser entero parecía moría de puro amor, y no tenía paz ni tranquilidad hasta que expresaba mi amor a mi Dios. Era como una llama que quemaba todo mi ser, y la presencia de mi Dios hacía que más me quemara de amor por Él.  
 
Mi Dios me dijo que deseaba que me comunicara con Él, que lo que me pasaba era su presencia en mí. 
 
“Yo soy el Dios eterno que todo lo ve y sabe; y eso es infusión de deseo de amor. 
Tu corazón está como una concha del mar, que se llena de agua del mismo mar; y esa agua cuando se ha llenado comienza a derramarse. Así tu alma: La he embriagado de mi amor y se está derramando. Yo soy el ciervillo que de ti estoy enamorado. Ven, huyamos y amémonos”. 
 
Parecía como si mi alma se transportara a un mundo donde todo era felicidad y se extasiara ante un Dios enamorado. Y yo, abandonada a su amor, me dejara amar plenamente. Ese amor me hacía sentir que hasta mis ojos se arrancaban de mi cuerpo y todo mi ser enloquecía de amor a mi Dios. El mismo Dios me amaba, y yo amaba a mi Dios. 
 
El Padre comenzó a explicarme la sexta morada, en la cual el Señor me indicó había entrado. Y ahí con más claridad comprendí que en efecto ahí estaba. La Sta. Madre lo explica tan bello y tan claramente. Todo era verdad. 
 
 
4 de julio de 1981. 

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