–Al despertar por la mañana sentí la presencia del Señor. El Señor me dijo:
Te amo y quiero ofrecerte el ramo de flores selectas que he escogido para ti.
Oye, amada mi voz que te canta.
Oye y dime si hay un Amado como Yo, que al despuntar el alba te saluda con el más profundo amor.
Ámame.
Mis ojos se ven en ti.
Mi ser te ama.
Te entrego mi Corazón.
Mira que soy un Dios celoso de mis almas.
Me recreo en ti.
Salve, esposa mía.
Bienaventurada seas.
Tu Amado es para ti y tú sé para Mí.
Sé solamente mía.
Eres amada por la Trinidad.
Glorifícame.
Canta a mi Corazón.
Sonríeme y abandónate en mi regazo, y descansa en Mí.
Que ada te turbe.
Yo soy tu camino, tu paz, tu fuerza, tu eterno amor.
Yo soy tu misericordia, tu Dios amoroso.
Yo soy el Espíritu del Padre, el que te habla.
Gracias por dejar obrar en ti a mi gusto.
Tú eres grande para tu Dios.
Calma mi sed: me abraso en fuego de amor por las almas.
Purifica tus deseos e inquietudes.
Alaba siempre a tu Dios.
Sé mi heraldo de paz y de amor.
Da a mis almas la paz de Dios.
Imita en todo momento a mis almas que se transformaron en Mí y para Mí.
Ahuyenta al maligno exterminador de las almas.
Destrúyelo con oración y penitencia, con decisión y firmeza.
Deja que mi poder pose en ti.
Déjame engrandecerte.
Déjame purificarte.
Déjame transformarte.
Vuela como ave que desea reposar en Mí.
–Después de un breve tiempo el demonio quiso confundirme, diciéndome algunas palabras; pero mi alma de inmediato las rechazó. Ante la voz del demonio mi alma se queda muy cautelosa, como helada y sin ninguna reacción favorable. De inmediato comencé el exorcismo y se ahuyentó rápidamente.
Escuchaba la voz del Espíritu Santo que me animaba y me decía:
Ahuyéntalo con dureza, firmeza, energía y responsabilidad.
Mira que tienes poder y lo puedes.
Yo soy la luz del mundo, el exterminador del mal.
Mira hacia lo alto donde habito Yo.
Yo soy esa claridad y hermosura que tú ves.
Llénate de Mí, y contempla siempre mi belleza, y que tu alma viva prendida de mi hermosura y majestad.
Yo soy el que habito por toda la faz de la tierra.
–Durante la Sta. Misa el Espíritu Santo me repetía continuamente:
Ven, amada del Padre, redimida del Hijo del Padre y transformada por el Espíritu del Padre.
Tú fuiste engendrada por el amor del Padre, para que seas perfecta hija y discípula de Él.
Busca la paz que está en Mí.
Empobrécete más, para que mi Espíritu more en plenitud; para que al vaciarte de las cosas de este mundo, sólo habite en ti la augusta Trinidad, y te transforme por amor para gloria mía.
Toma mi amor.
Sé constante, desprendida, valiente en la lucha, perseverante en la observancia de mis preceptos, madre y hermana para tus hermanos, humilde, pero no ingenua; sencilla, pero no incauta; reflexiva e inteligente para descubrir la maldad de los enemigos encarnizados tuyos y míos; y libre en tu pensamiento para amarme, alabarme y glorificarme.
–Después entró a la Iglesia una jovencita con un ramo de rosas y jazmines; lo cual me llenó de alegría. El Señor me dijo:
¿Ves esas rosas y jazmines?
Las rosas son símbolo de amor y los jazmines son regalo de mi amor para ti.
Sé como la rosa siempre hermosa y perfumada, y como el jazmín puro, sencillo, abierto, lleno de fragante aroma para tu Dios.
Que tu alma sea mi tabernáculo.
Caminemos de la mano al Padre.
Invoca siempre el auxilio santo que es fuerza, fuego y paz de su Santo Espíritu.
Abandónate en el amor del poderoso Dios y Padre creador.
Vivifica tu ser en Él.
Alábale con tus dádivas.
Que todo tu amor y generosidad sean para gloria de Él.
Sé siempre generosa.
Sé siempre deseosa del amor del Padre.
Sé siempre abierta para las súplicas de mi Corazón.
Abre tu inteligencia a mi voz.
Escucha mis deseos y cúmplelos.
Santifica el día y la noche.
Que tu alma sea siempre desagravio perenne.
Que mi Espíritu te transforme, te guíe, y te llene de deseos de amor santificante.
Libera tu espíritu de todo mal.
Únete al amor redentor.
Que tu figura deseada sea la Trinidad inhabitada.
Que tus ataduras sean desatadas por mi gracia y tu deseo de ser de Dios.
Que todo tu ser me ame.
Mira que todo lo creado me da gloria.
El hombre destruye mi imagen.
El hombre se entrega a los vicios y se propicia a sí mismo su separación del Dios infinito amor, y busca su propia y eterna condenación.
–No recuerdo exactamente cómo se inició, pero recuerdo que sentí gran paz y un gran gozo. De pronto vi una luz que sentí me cegaba. Era una luz bellísima, rodeada de una especie de nube. Parecía que la luz salía por detrás de la nube. De pronto apareció ante mí una paloma que descendía de aquella nube. Me quedé arrobada, contemplándola, sin poder ni siquiera balbucear palabra alguna. Parecía que su presencia me quemaba. Mi alma ardía en amor. Era un amor ardiente, lleno de paz y gozo interior. Me veía con amor y ternura. Cuando descendía hacia mí, mi alma parecía abrirse, para dar más cabida. Mi mente y todo mi ser se compenetraban para amarla y desearle.
Después de esta visión vi cómo se abrió el cielo, formándose a la vez un triángulo de bellísimos colores. En medio de ese triángulo apareció una cruz de la que manaban luces hermosísimas. Me parecía que la cruz se movía hacia mí, y escuché una voz que me decía:
Ámame.
Recibe mi cruz.
Te lo entrego.
Tómala, amada de mi Padre.
Soy el Hijo que te ama y se complace en ti, quien te la entrega.
–‘Señor, yo estoy dispuesta a recibirla, pero dame el deseo ardiente de amarte. Quiero ser solamente tuya y toda tuya’.
Después se aparecieron ante mis ojos el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, rodeados de aquel triángulo y una voz suave y llena de ternura me dijo:
Yo soy la Trinidad salvífica, quien me presento ante ti.
Dame todo tu ser.
Ámame con plenitud.
Identifícate conmigo.
Dame gloria y honor.
–Posteriormente vi también a la Santa Teresa con mucha gloria y de igual forma vi a Sta. Teresita. Me invitaban a amar y servir con fidelidad al Señor. Luego comencé a escuchar pajarillos y vi bajar entre nubes al seráfico Padre Francisco, que me extendía sus manos y me decía:
Sé humilde.
Sé pobre.
Sé perseverante en tu entrega.
Ama más a tu Dios.
Ámale, ámale –me repetía-.
–Al despertar –por así decirlo- de aquella visión, mi corazón quedó deseoso de mayor entrega y perfección.
No fue imaginación. Uno no se puede imaginar cosas sin que el alma las pueda ver. Sin embargo mi alma pudo contemplar como en una pantalla cinematográfica todo lo que he dicho. Mis ojos estaban cerrados, pero mi alma pudo ver todo con claridad. Parecíame que era mentira por mis muchos pecados.
12 de Octubre de 1981.
Comparte esta publicación:
Copyright © Todos los Derechos Reservados.
Se puede compartir e imprimir para fines apostólicos.
El material en esta página web irá aumentando.