Luchas en la Oración

Estaba en oración y a la vez luchando con el Demonio, que no me permitía estar recogida del todo, ya que me perturbaba terriblemente, hablándome cuando el Señor estaba comunicándose conmigo; pero como si yo estuviera observando una nube primorosa que me fascinara y de pronto pasara una gaviota y me distrajera levemente, pero mis ojos volvieron a centrarse en lo primordial. 
Entonces el Señor, como ya es costumbre, me habló con palabras tiernas y delicadas. De las palabras que aún recuerdo que me hirieron de amor para mi Dios, -digo herir porque es como una herida que siente el alma que no hace que muera, más bien vive muriendo de amor-. El Señor me dijo: 
 
Soy el Esposo más feliz del cielo y tierra, porque falta poco para que recuerdes esa fecha con gozo y amor, como lo haré yo, en que te entregaste a Mí completamente y donde mi corazón encontró alojo y bienestar donde descansar, para no ver ni oír el desamor del hombre. 
 
Me dice: “Eres como una novia engalanada. 
Eres una esposa que aunque hay momentos en que te comportas con infidelidad, tu amor vuelve a centrarte en Mí. 
Sé fiel y perseverante. 
Inclina tu cabeza, que Yo depositaré en ella la frescura de las rosas, hechas guirnaldas para ti”. 
 
Yo comencé a llorar al ver la bondad del Señor y su misericordia, y sentir y ver lo que realmente soy y lo que tan poco doy a ese Señor que tanto me ama, y con tan poquito se conforma. Al ver lo que soy y lo poco que le doy de amor comprendí la necesidad que tantas veces el Señor ha manifestado del amor del hombre: 
 
“Dime que me amas”. 
Ante la actitud de Dios, de un Dios tan grande y omnipotente, el alma sólo sabe amarlo y entregársele completamente. 
El Dios Hijo me dijo: 
 
“Prepárate, porque las gracias vendrán a ti en abundancia”. 
 
El Padre se escuchaba gozoso porque le amaba. 
El Espíritu Santo me saludó con un saludo que para mí fue completamente extraño. Me dijo: 
 
“Salve, esposa mía. 
Yo soy tu Dios amor. 
¡Gracias por amarme y dejar tu amor en mis manos para que Yo lo entregue al Padre y al Hijo”. 
Yo renové con amor mi entrega. 
 
Durante este diálogo de amor el Demonio perturbaba mi exterior, porque el interior era imposible, ya que la presencia de Dios es más fuerte que cualquier poder demoníaco. Pero el Demonio argumenta para que este coloquio no llegue a efectuarse, poniendo cosas ridículas y absurdas en la mente del hombre. No es cosa mayor, pero sí causa malestar. Ante tal actitud, Dios Hijo, viendo mi intranquilidad y el deseo de mi alma de estar amando al Señor, en nombre de su Padre lo exorcizó. A lo cual el Demonio cesó todo intento de perturbación y se fue derrotado, y mi alma puso toda su complacencia en el Dios amor y bondad. 
Por la noche experimenté unos dolores fuertes en mi estómago, ocasionados sin motivo alguno. Exorcizaron el dolor y desapareció de inmediato. 
 
 
6 de julio de 1981. 

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