Soy tu Dios creador, el que te pide fe, como anteriormente te hice oír, porque Yo te lo propicié, para que tú pensaras más en serio en Mí y creyeras solamente en Mí.
Tu Dios te dice:
Tener fe es no desconfiar en ningún momento de la presencia en ti de este supremo Dios que habita dentro de tu ser.
Tener fe es pensar y creer que Él es el que da por medio de tu fe.
Tener fe es decirle, al imponer tus manos a los demás:
‘Señor, Tú eres el que puede sanar.’
‘Señor, yo creo que me puedes y quieres escuchar.’
‘Señor, yo creo que por tu infinita misericordia un día me llevarás cerca de ti, y que al habitar en mí, te estás dando a mí como manso cordero y te inmolas de nuevo para mí.’
Ante tal actitud, todo, todo de tu parte debe ser generosidad para tu Dios.
Tener fe es también decirle: ‘Señor, Tú eres el único que me puede transformar’.
Tener fe es pedir a tu Dios, con profundo respeto y humildad, que aumente tu fe ante cualquier dificultad.
Tener fe es decirle: ‘Señor, Tú me haces sufrir, pero aun así yo espero en ti.’
Tener fe es pedir sin esperar recibir de inmediato, aunque tu Dios y Señor no se hace esperar, demostrando a cada instante su gran bondad y dando de inmediato con infinita generosidad.
Tener fe es no titubear, no disimular ante tu Dios y creer en ese Dios.
Para el hombre tener fe y vivir de fe es de suma importancia, porque por falta de fe y de esperanza miles de almas se han perdido.
En el transcurso de la historia de la salvación verás implantada en las almas la virtud tan valiosa de la fe. Te citaré brevemente y te recordaré algunos casos.
En primer lugar la fe en MARÍA, mi madre.
María, mi madre, esperaba con fe la venida de su Salvador, porque había creído firme y perfectamente en la promesa de su Dios. Por medio de esa fe María atrajo las miradas de Dios Padre para acogerla, ungirla y predestinarla, para que en su vientre virginal habitara su Hijo único y amado.
Por medio de la fe, en amor y esperanza, María preparó todo su ser, alma y cuerpo, para acoger amorosa y virginalmente en su vientre al Hijo de Dios.
Por la fe María se mantuvo perfectamente vacía, despojada, abierta, receptiva y anhelante ante su Dios.
Por la fe María se mantuvo pobre, virgen y enteramente disponible.
Por la fe María reservó toda su alma y las capacidades más hondas de su cuerpo de mujer para su Dios.
Por la fe María hizo que su vida entera, todos sus instantes y todos sus actos fueran una perfecta oblación a Dios.
Por la fe María pronunció el fíat de la aceptación, para que el Espíritu del Padre ante ese sí canalizara con delicadeza, sin tocar nada de su virginidad, y comenzara a tener vida y posara en su maternal vientre la presencia de Dios, hecho hombre por amor.
Por la fe María hizo que su vida entera fuera oración pura: esencia de alabanza, de honor, de gloria, de agradecimiento, de adoración y petición.
Por la fe María vivió todos los instantes y todos los acontecimientos de su vida: sus gozos y dolores, sus trabajos y descansos, su soledad y relaciones, sus palabras y silencios, en perfecta comunión con su Dios.
María no comprendía el misterio del Dios hecho hombre, pero en la fe y por la fe amaba, servía, agradecía y glorificaba al Hijo de Dios que era su Hijo.
María tampoco comprendía los misterios que encerraba la vida pobre, oculta, trabajadora, obediente y evangélica de su Hijo, pero creía en Él y todo lo que ella deseaba su Hijo le concedía. Piensa en lo que sucedió en las bodas de Caná.
PEDRO decía con fe y por la fe: “Yo creo, Señor, que Tú eres el Hijo de Dios”.
PABLO me amó y por ese amor se transformó en un ser grande y santo, y se le concedió gran sabiduría del misterio de Dios por medio de su gran fe. En la fe y por la fe empezó su ministerio, un ministerio de evangelización y salvación. En la fe y por la fe Pablo vivía crucificado y vivía en el Hijo de Dios que le amó y se entregó a la muerte de cruz por ti.
MARTA tuvo fe, y por medio de su fe Jesús se conmovió y a Lázaro, su hermano, resucitó.
JUAN, mi discípulo, en la cruz tuvo fe en Mí y aceptó a la Madre que, según el pensar de todos, era la madre de un malhechor. Pero por la fe, él siempre me amó, tuvo fe en que Yo era Dios y aceptó con amor las palabras de su Dios.
MARÍA DE MAGDALA tuvo fe en que sus pecados habían sido perdonados, y con esa fe viva se convirtió y ¡cuánto me amó!
La SAMARITANA creyó en el Hijo del Hombre y de estar muerta por sus pecados, su fe la salvó.
El rey DAVID también pecó, pero tuvo fe en la misericordia de Dios, hizo penitencia para reparar su pecado y con profunda fe pidió perdón, y su Dios le perdonó.
La HEMORROISA por su fe tocó la orla de mi vestidura y sanó.
ZAQUEO confió en que Yo era el Hijo de Dios y me recibió como tal, y por la fe puesta en Mí alcanzó su salvación.
NICODEMO tenía fe y también se salvó.
La CANANEA fue una mujer fuerte en la fe, y por la fe alcanzó que saliera el demonio de su hija.
Por la fe la hija de JAIRO resucitó.
El CENTURIÓN me pidió la curación de su criado, y por su profunda fe su criado sanó.
TERESA Y JUAN DE LA CRUZ vivían de fe, vivían la fe, practicaban la fe.
Fe es pedir pensando que todo lo que se pide, se es voluntad de su Dios, se concederá.
Fe es decirle: ‘Si Tú quieres, Señor; no porque yo lo quiera’.
Fe es decirle con sencillez: ‘Señor, mira mi alma está enferma, pero si Tú penetras a ella, con tu presencia sanará’.
Fe es decirle: ‘Señor, el que Tú amas y por el cual viniste al mundo, y por el cual derramaste tu sangre preciosa, está muerto por el pecado; pero creo que, con mi sincero arrepentimiento, Tú me perdonarás’.
Pedid con fe, y se os dará.
Confiad en mi poder, y muchas cosas se os concederán.
Decid siempre a vuestro Dios: ‘Señor, ten piedad y caridad con este pecador’. Y Él siempre os ayudará y os salvará.
Necesitáis una fe firme, sólida, inquebrantable.
Confiad plenamente en vuestro Dios.
Esto es lo que Dios quiere y pide a cada alma entregada y consagrada.
No rezar por rezar.
No suplicar como rutina, sino, más bien, creer en el poder grande de vuestro Dios, el que todo lo puede,
el que todo poder tiene,
y el que deposita este mismo poder en las manos de sus hijos pecadores, para manifestar al mundo su gran misericordia y bondad, y su gran majestad.
Yo soy el Dios invencible,
el Dios creador,
el Dios amante,
el Dios dador de todo bien,
el que, ante la sinceridad profunda del alma, se conmueve y, aunque por un momento la prueba, después la colma de caricias y ternura, envueltas en amor.
Soy el que se da por amor y el que siempre pide amor.
Fe.
Tened fe en mi Evangelio.
Tened fe en la existencia de mi ser.
Tened fe en mis milagros realizados.
Tened fe en mi infinito amor.
Tened fe en que Yo hice todo lo creado.
Tened fe en la misericordia de Dios.
Fe en vuestro Dios, cuando estéis atribulados.
Fe en los momentos de paz y alegría.
Fe, siempre fe, en la presencia y en la esencia de vuestro Dios.
Fe en el misterio de mi presencia en la eucaristía.
Fe en el poder de mis ungidos y sacerdotes.
Fe en el hermano que os habla en mi nombre, y os amonesta.
Fe en todos los ministros de mi Iglesia.
Fe en la piedra fundamental de esa Iglesia, que soy Yo, el Hijo del Padre.
Pedidme que aumente vuestra fe.
Tened fe sólo en Mí.
Habladme a Mí con esa fe.
Decidme con fe: ‘Te amo, mi Dios, porque Tú me amaste’.
‘Te amo, porque me das con qué subsistir’.
‘Te amo, porque Tú me amas y me transformas’.
‘Te amo y creo en ti, y siempre deseo pensar sólo en ti’.
‘Tú eres mi Creador, mi Señor’.
‘Aumenta, te lo pido, mi lánguida fe’.
Si lo dices con sinceridad y amor, tu Dios te lo concederá.
Si todo lo que pides, me lo dices con profunda humildad, tu Dios se abajará a tu voz y siempre te escuchará.
Fe, pues, es creer en el Amado.
Fe es decirle a ese Amado: ‘Creo en ti’, ‘te amo’, ‘te alabo, presencia misteriosa, siempre amada, siempre deseada’.
‘Tú eres mi Dios: aumenta mi fe’.
‘Tú eres mi esperanza: transfórmame en fe’.
‘Tú eres la infinita caridad: sosténme en la fe’.
Decidle todo esto a vuestro Dios, y El os escuchará y amará.
Soy Yo, tu Dios presente en ti, el que te guío,
el que te persigo,
el que quiero habitar en ti,
el que, segundo a segundo, desea hablarte y darse a ti,
el Dios que confía en ti,
el que espera la respuesta de amor de parte tuya,
y el que, si le pides aumento de fe, esperanza y caridad, acrecentará todas esas virtudes y adquirirás mayores dones.
Salud y paz de tu Dios.
Amor a tu Dios.
Entrega inmediata y completa a tu Dios.
Oración en profundidad para mayor y mejor comunión.
Esto te lo pide tu Dios.
Despojarse es darse.
Dale todo a tu Dios.
Transformarse es inquietarse por ser mejor en la presencia de tu Señor.
Alabanza a tu Dios.
Amor a Dios Padre, a Dios Hijo y a Dios Espíritu Santo.
Fe inquebrantable a vuestro Dios.
Fe, tan bella y tan valiosa, que ennoblece al hombre y enternece al gran Dios.
Amor y bendiciones.
Caridad firme en mi presencia.
Pedid con fe.
Creed en mi poder.
Ahuyentad de vosotros toda incredulidad.
Haced constantes actos de amor.
Revisad el Libro de la salvación y sabréis cómo trata Dios a los hombres de fe.
Transformaos en fe.
Soy vuestro Dios que os bendice y os ama, y desea que vosotros le améis.
Soy Yo, el Dios de la fe y del amor, quien os está hablando.
. . . . .
Soy el Dios sabio, pero también el Dios humilde, que habla al hombre en su propio lenguaje y que lo ama con amor de un padre tierno, que se enternece al ver al hombre en actitud humilde, en fe y en oración.
Yo soy Dios, vuestro Dios y Señor, el que os quiere y bendice.
A Él sólo la honra y la gloria.
Te amo, X del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, porque en tu ser habita la Trinidad, se recrea la Trinidad y te ama la misma Trinidad.
Te deseo y quiero que vivas de fe,
que vivas para esa fe,
que vivas en esa fe.
Sencillez en el pedir,
rectitud en el obrar
y manifestación de ti al amar.
No amar a vuestro Dios con egoísmo.
No desearle simplemente por sentirle.
No hablarle siempre para pedirle.
Comunicaros siempre pensando en su infinita hermosura y en su infinito amor; y, al hablarle, expresadle también vuestro amor.
Fe en el amor de Dios.
Fe al hablar a tu Dios.
Fe envuelta en humildad, al pedir cualquier favor a tu Dios.
Soy un Dios fuego, que enciende tu alma al presentarme a ella sediento de amor,
el Dios infinitamente misericordioso,
el Dios ausente en tantas almas,
el Dios que sufre ante la iniquidad del hombre.
Pero ese Dios no piensa en la maldad del pecador, sino que espera el retorno del pecador a los brazos del Padre, para ahí amarlo y olvidar toda su maldad.
Soy el eterno amante.
Soy un Dios suplicante.
Soy el eterno amor.
Os amo, os amo. ¡Cuánto os amo!
Amadme. Yo os pido todo vuestro amor.
Mirad mi corazón traspasado por la crueldad del pecador.
Yo quiero que él viva, pero él solo se destruye y se condena.
Yo soy Jesús, un Dios que perdona y que espera.
Soy un Dios que, al hablar a vuestras almas, las llena de esperanza, esperanza llena de amor.
Yo soy el Dios siempre tierno, compasivo, fuerte y caritativo.
Yo soy aquel que el Padre siempre amó.
Yo soy el Hijo de Dios, el inmaculado,
el despreciado,
el ultrajado,
el despojado,
para así atraer a las almas al Padre y decirles: “he aquí el sacrificio que pasé; no fue inútil, porque ellos creen en ti,
y vienen a ti,
y esperan en ti
y siempre te aman.
Pero ¡ay ingratitud del hombre que no ha apreciado el sacrificio de su Dios!
Os pido fe, siempre fe en mi amor.
Yo soy aquel que siempre os procurará.
Yo soy aquel que nunca os abandonará.
El mismo que al alma la consuela y la llena siempre de amor.
Gracias por vuestro tiempo dedicado a vuestro Dios.
Gracias por amarme y escucharme.
¡Cuánto deseo darme y amar!
Tomadme en vuestro corazón; dejadme habitar en él y escuchadme, porque sólo quiero vuestro bien.
Amadme.
Os pido que no os canséis de mi súplica de amor. Siempre os la repetiré.
No me despreciéis.
Yo os amo.
¿Qué os cuesta a vosotros, mis amados, decir frases de amor a este vuestro Dios, y con vuestros actos y vuestro comportamiento ante vuestros hermanos demostrar que el que habita en vuestro ser es el mismo Creador?
No empañéis con vuestra vida disipada y pecadora la visión ante los demás de la realidad que es vuestro Dios.
No desfiguréis su rostro bello y siempre lleno de amor, porque vosotros debéis ser, con vuestra presencia y vuestros actos, la verdadera imagen y reflejo de Dios.
Voluntad para decidiros a decir ‘sí’ en todo al Creador.
Serenidad ante el desprecio.
Sonreir al que os hiere.
Amad al que os desprecia.
Pedid por aquel que os calumnia.
Esto es ser la transfiguración y semejanza en vosotros del Hijo de Dios.
En esto consiste el decirle: ‘te amo’, ‘te deseo’.
En esto consiste abrazarse al sufrimiento y entregarse en todo instante a vuestro Señor, que es vuestro Dios.
No os preocupéis del qué dirán; preocupaos del día en que arrojéis de vuestras almas a vuestro Dios.
Gloria, amor, entrega son palabras repetidas, pero deseadas por este Dios.
El Dios generoso os habla y quiere vuestra transformación y, en especial, vuestra completa entrega.
Abrid, pues, ese corazón, para que Yo pueda reinar en él.
Escucha en el silencio mis súplicas.
Acoged mi deseo y cumplidlo fielmente, sin decir ‘no’ a vuestro Dios.
Practicad mi deseo al daros a los demás en gran caridad.
Amadme a Mí cuando encontréis al hermano, que es en sí siempre la obra de vuestro Dios.
Sonreid al que no os ama y, teniendo fe, ved en él la mano de Dios.
Bienaventurado el que me ame y se entregue y me desee,
porque Yo moraré en él,
y lo sanaré,
y lo perfeccionaré,
y le aumentaré su fe,
y le acrecentaré su esperanza,
y fortificaré su caridad,
y daré abundancia de dones,
y siempre lo amare.
Os amo, os amo.
Amadme.
Soy Jesús, el apacentador,
y el que por amor se entregó,
y el que para honrar al Padre resucitó,
y el que está sentado con gloria y majestad en el trono del Padre.
Alabanza a ti, ¡oh Padre!
Amor a ti, Dios Espíritu Santo!
Paz os deja vuestro Dios.
– Estos mensajes son el agradecimiento de parte de Dios, por su gran fe en Él, por ese amor de tanto años, por la entrega absoluta al Señor, y porque quiere manifestarle lo que es su Dios, el Dios que le ama y le bendice y le protege.
Le ama y le desea en perfecta comunión.
No me despreciéis.
Yo os amo y seguiré amando.
Os bendigo.
Dile que le amo. ¡Cuánto le amo!
Soy Jesús, su Señor.
Amor a mi Padre y entrega a su Espíritu.
Diciembre de 1980.
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