Sueña en Mí, para que vivas de Mí.
No te conformes con darme poco.
Destruye todo lo que te aparte de Mí.
Sueña y vive.
Apártate en soledad.
Escucha la voz de un Dios que es experiencia divina.
Quiero ser todo tuyo.
Yo seré tu alegría y tu gloria, y seré, sobre todo, tu Dios amor.
Estoy deseoso de darme a ti.
Estoy deseoso de ser sólo de ti.
No desoigas mi voz: es la voz del deseo e tu mismo Dios, que habla y toca a tu alma, pidiéndote tu amor.
No desoigas mi llamado.
Ábreme las puertas de tu corazón. Déjame hospedarme en él.
Permite que ahí more: es mi deseo.
Te amo tanto…
Estoy enamorado de ti.
No te resistas a mi amor.
No dejes que sufra mi corazón.
Estoy encendido en amor por ti y por él.
Apagad mi sed con vuestro amor.
Dile que que le amo y que soy el Dios Hijo que le hablo y le suplico me ame.
¡Le amo tanto! …
Él es preferido por mi Padre y Yo le amo en mi Padre y en su Espíritu.
Estoy deseoso de ser amado.
Vosotros dadme el consuelo de amarme.
Yo me entregaré cuando me dejéis entrar en vuestro corazón, y hacer de vuestro ser el tabernáculo deseado para habitar los Tres en vosotros.
Aquí estoy, Martha María, esperando vuestra respuesta de amor.
No encuentra refugio mi corazón.
Alábame y ensálzame.
Búscame y escóndete en Mí.
Cobíjate bajo mi regazo.
Déjate amar de un Dios enamorado.
– – –
Toma mi corazón.
Te lo entrego, para que el tuyo se compenetre con el mío.
Ámame.
Déjame amarte.
Yo soy tu belleza.
Yo soy tu hermosura.
Yo soy tu alegría.
Yo soy el amor que se engalana.
Yo soy la brisa que refresca.
Yo soy el amor que embelesa.
Yo soy como una nube que te envuelve y te arrebata de este mundo.
Yo soy la mano que acaricia y abraza todo tu ser.
Yo te veo y en mis ojos sólo hay amor para ti.
Yo te deseo, y en mi deseo me entrego a ti.
Yo te aconsejo y en mis consejos te doy la felicidad, la paz y la gloria; te doy toda la eternidad.
Soy un Dios que te amo, que te busco, que te consuelo, que me entrego, que te deseo, y que quiero darme a ti.
Ven, amada mía.
Atiende a mis requiebros de amor.
Sé solícita para tu Dios.
¡Ven!
Quiéreme.
Regocíjate en Mí.
Yo soy como el azul celeste que no lastima tu mirar.
Yo soy como la aurora que amanece para ti.
Yo soy la luz del día que ilumina todo tu ser.
Yo soy, Martha María, el día y la noche, el amanecer y el atardecer.
Soy la inmensidad.
Soy la omnipotencia.
Soy el cielo que se abre para ti.
Soy la gloria que se entrega a ti.
Soy la Trinidad que espera todo de ti.
Soy el Dios infinitamente enamorado de ti.
Soy el manso, el tierno, el bondadoso Dios, que te suplica sólo tu amor.
Estréchate en ese amor, y únete y vive sólo para Mí.
Sé como el fuego que se enciende y que da calor.
Sé como agua que corre y se refugia en el mar que soy Yo.
Sé como la estrella refulgente, que resplandece, que brilla, y que luce para agradar sólo a tu Dios.
Sé alma de esperanza y de bondad.
Sé alma, llena de misericordia, que perdona y pide perdón.
Sé como la flor sencilla, que se engrandece ante la mirada de Dios.
Sé como la avecilla sencilla, que canta, alaba y da gloria a Dios.
Sé como el verdor de los campos, tranquilo y sereno, que manifiesta la majestad del mismo Dios.
Sé como un roble, fuerte y vigoroso contra la maldad y la fuerza del mundo que arrebata.
Vive, alma mía, en sublime comunión con tu Dios.
Entrégate, abandónate, sumérgete en mi Divinidad.
Apacíguate y sumérgete en mi amor.
Elévate y extasíate ante la presencia de un Dios que, infinitamente poderoso, clama a ti, para suplicarte solamente me des tu amor.
Ámame, pues, alma mía, y déjate amar de Mí.
Te amo.
Necesito tu soledad, para hablarte ahí.
Necesito tu entrega, para entregarme a ti.
Necesito tu fe, para que creas en Mí.
Necesito tu abandono, para hacer lo que deseo de ti.
Eleva tu mirar y ven.
Sube conmigo al Padre, y obedece al Espíritu de Dios.
Que nada te perturbe.
Que sólo tu Dios viva en ti.
Sé fuerte y amante, para que Yo me recree en ti.
—Estaba diciendo al Señor: “Señor, quiero amarte” –cuando el Señor me dijo:
Tú apenas me quieres amar, y Yo amándote estoy.
—Después de merendar le estaba diciendo interiormente al Señor: “Te amo, Dios mío,” y el Señor me dijo:
Ven florecilla, mía, mi capullo hecho flor.
28 de agosto de 1981.
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