El Niñito Dios me dijo:
“Mira mis tiernos brazos que en aquel portal tiritaban de amor por ti.
Ven y caliente mi frío.
Me entrego todo a ti.”
Al estar hablando sobre los esposos carnales que se deberían amar en Dios se dio este mensaje:
“Yo soy tu verdadero esposo.
Los de la tierra son esposos que debéis cuidar como Yo cuido los bienes de mi Iglesia.
Pero vosotras comprenderéis que hay un esposo único y eterno, que os engrandece y ama antes que ninguna criatura.
Poneos a pensar que por más que deseéis la presencia de vuestro esposo, necesitáis del recuerdo y del forzar vuestro entendimiento para que aquel ser que vosotras amáis, venga a vuestro recuerdo. La distancia hace sufrir. Pero Yo, vuestro eterno amor, estoy en vosotros, sosegado, pero encendido de amor, esperando vuestro amor; y todas vuestras potencias sin lastimar ni dañar se inclinan a mi presencia.
Yo siempre estoy presente. En Mí no hay lejanía ni distancia.
Yo estoy ahí, en esa morada de amor.
Yo llenaré todos vuestros vacíos si sois siempre rectas y fieles.
Mi presencia, si es aceptada, os dará la paz eterna, siempre gozaréis de consuelo, seréis fuertes en el sufrir, volaréis como intrépidas palomas, y seréis como fuego que nunca se consume y que arde junto al fuego sempiterno, que soy Yo.
Por ejemplo, cuando uno ama a una persona y esa persona se ausenta, por más amor que se le tenga, no se le puede expresar el amor, los deseos; ni se le puede besar ni abrazar ni decirle lo mucho que se le ama; ni se le puede expresar los anhelos, ni los deseos, ni las aspiraciones. Sólo cabe decir algo por teléfono o por correspondencia. En cambio Dios no necesita de esta clase de comunicaciones humanas. Él está místicamente presente y unido al alma en cualquier momento. Si el alma le ama y le desea, le puede expresar su amor y manifestar sus deseos. En esta unión con Dios no hay distancia ni separaciones; lo único necesario es el amor y el deseo.
12 de julio, 1981.
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